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preguntar públicamente, llamando por su nombre a
cada uno de los muchachos arriba mencionados:
-Dónde has estado esta mañana?
-En el Oratorio de Vanchiglia.
-Y quién te llevó?
-El clérigo Marcello.
De la misma manera fue preguntando a los demás,
los cuales daban la misma respuesta. En medio de
un profundo silencio sonaban, a cortos intervalos,
lentamente, las palabras:
-Y tú?... íMarcello!
Acabado el interrogatorio, don Bosco expresó su
vivo disgusto en pocas y secas frases, pero con
calma. Estaba presente, entre otros, don Pablo
Albera.
Semejante fortaleza empleaba para exigir
obediencia a sus órdenes y para castigar al
obstinado que intentara rebelarse. Había en el
grupo de música instrumental, numeroso y bien
adiestrado, un relevante organista, que vivía a
pensión en el Oratorio, daba muchas lecciones de
piano en la ciudad y era cumplidamente retribuido.
Parecía y era bueno, pero perdía a veces la cabeza
y le costaba obedecer. Los muchachos músicos
habían contraído gran familiaridad con este
compañero y admirado maestro de música y a veces
se dejaban guiar por ciertas máximas suyas,
contrarias a la sumisión debida a los superiores.
En consecuencia, advertíase entre ellos algún acto
de indisciplina, aunque ligero, y pareció que una
advertencia de don Bosco pondría remedio al
incipiente mal.
A pesar de todo don Bosco vigilaba. Algún año,
por motivos especiales, les había permitido
celebrar la fiesta de Santa Cecilia, cuando caía
en día laborable, con un paseo y una comida
campestre en un lugar ((**It6.308**))
designado por él. Mas aquel año comenzó a prohibir
esta diversión. Los muchachos músicos no
protestaron, pero intrigados por alguno de sus
jefes, con la promesa de obtener el permiso de don
Bosco, y también con la esperanza de la impunidad,
la mitad de ellos resolvió salir del Oratorio y
celebrar una comida, algunas semanas antes de la
fiesta de Santa Cecilia. Habían tomado esta
determinación para que don Bosco no estuviese
prevenido y pusiera obstáculos.
Así pues, uno de los últimos días de octubre
fueron a un figoncillo cercano. Solo Buzzetti,
invitado a última hora, se negó a unirse con
aquellos desobedientes y fue a informar de ello a
don Bosco. Con toda calma disolvió el Siervo de
Dios la banda de música y dio orden a Buzzetti de
retirar y guardar los instrumentos y pensar a qué
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