((**Es6.238**)
para que se lo hiciera cambiar. La misma conducta
observaba en otros casos parecidos, con lo que
clérigos y muchachos quedaban penetrados de afecto
por aquellos rasgos de exquisita bondad.
Escribió el canónigo Ballesio: <>.
No se advertía en sus acciones violencia ni
debilidad. ((**It6.306**)) Parecía
incapaz de enojarse; tan pronto como se encendía
en él el primer impulso de cólera lo frenaba al
momento y, haciéndose violencia a sí mismo, se
moderaba y dejaba asomar a sus labios una ligera
sonrisa. Pero al mismo tiempo, y esto era también
caridad, daba pruebas de una fortaleza habitual,
resuelta en el ejercicio de la virtud de la
justicia, defendiendo los derechos de la moralidad
y del orden disciplinario. Afirmar lo contrario
sería falsear el carácter de don Bosco.
Nos escribía monseñor Cagliero: <>.
Don Bosco era siempre muy suave, pero no dejaba
pasar fácilmente las faltas de disciplina. El
clérigo Marcello, aunque era asistente, no llegaba
nunca puntualmente a la lectura espiritual y a la
bendición eucarística que se daba por las tardes
del mes de mayo. Don Bosco no había dejado de
amonestarlo por esta y otras faltas disciplinares.
Iba este clérigo al Oratorio de Vanchiglia
todos los días festivos y, contra la voluntad de
los superiores, llevaba consigo a alguno de casa.
Fue avisado, pero sin resultado.
Un domingo por la mañana se celebraba en
Vanchiglia no sé qué solemnidad, y él, sin pedir
licencia ni a don Bosco ni a don Víctor
Alasonatti, se llevó a varios nuchachos. Quiso don
Bosco acabar con aquel desorden que todos conocían
y quitar un mal ejemplo que fácilmente podía
encontrar imitadores.
Así las cosas, después de las oraciones de la
noche y delante de toda la comunidad, trajo a
colación el hecho de la grave desobediencia que
cometía el que ((**It6.307**)) sacaba
fuera de casa a los muchachos sin permiso.
Después, hablando en dialecto piamontés -cosa
insólita, a aquella hora-, y con un tono lleno de
amargura, empezó a
(**Es6.238**))
<Anterior: 6. 237><Siguiente: 6. 239>