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sus manos el corazón de sus jóvenes Una simple
palabra suya los ponía alegres, del mismo modo
((**It6.303**)) que la
sombra de un reproche los sumía en profunda
tristeza. Nos limitamos a referir algunos de los
muchos hechos que conocemos.
Una noche terminaron las oraciones y los
muchachos, todavía afectados por la disipación de
las vacaciones, no guardaban silencio después de
dar la señal. Don Bosco subió a la tribuna y, tras
esperar algún minuto, exclamó con toda calma:
-Pero... sabéis que no estoy contento de
vosotros?
Y los mandó a la cama sin permitir que le
besaran la mano. Era el castigo más duro y más
temido que pudiera dar el buen padre a sus hijos,
porque era el más sensible. Y no hizo falta más;
desde aquel día memorable bastaba que apareciera
don Bosco para que se pudiese oír el volar de una
mosca; la campanilla, que hasta entonces sonaba un
rato para acallar el alboroto, se hizo
innecesaria, pues tamblaban los muchachos sólo al
pensar que se pudiera repetir aquel castigo.
Como necesitara una poesía para el día
onomástico de una bienhechora, encargó a uno de
sus alumnos que compusiera unos versos. Pero llegó
la noche y éste aún no había cumplido el encargo.
Mas, no queriendo ir a acostarse sin besar la mano
a don Bosco, se acercó a él con aire desenvuelto,
aunque algo preocupado, para darle las buenas
noches, creído de que se habría olvidado del
encargo. Y don Bosco, apenas lo vio, le preguntó:
-Y la poesía?
-Es que...
-Entonces ya sabré a quién acudir para otra
vez.
El pobre muchacho quedó tan consternado que fue
menester toda la industriosa solicitud de don
Bosco para disipar la dolorosa impresión.
((**It6.304**)) Era lo
que solía hacer cuando advertía que alguno se
aturullaba por una advertencia algo seria; cortaba
en seguida y daba al alumno una muestra de afecto,
para quitarle toda suerte de amargura.
Otra anécdota de distinto género nos lleva a la
misma conclusión. Don Bosco, reconociendo la grave
necesidad, ordenó que en los días de ayuno se
sirviera a los clérigos café con leche. El
cocinero, que era un tipo original (ípequeñeces de
la vida!), preparaba tazas pequeñas y tan poca
cantidad de leche que no llegaba para todos. Los
clérigos pidiéronle que les sirviera su leche en
cantidad suficiente, pero el cocinero contestó
bruscamente que no debían pretender
(**Es6.236**))
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