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Después de la inauguración del curso escolar,
el primer acto solemne de don Bosco fue dar al
Sumo Pontífice una prueba del ardiente afecto que
le profesaba el Oratorio de Valdocco y la parte
que tomaba en su dolor por las revueltas, la
irreligión, la corrupción de costumbres y la
persecución del clero, introducidas oficialmente
en la Romaña. Para esto, el nueve de noviembre, en
nombre propio y en el de sus muchachos, escribía
al papa Pío IX una carta respetuosa, en la que
expresaba sus sentimientos de pésame por los
sucesos acaecidos y que seguían acaeciendo con
daño para la religión y la Santa Sede; y al mismo
tiempo exponía lo que hacían los buenos para poner
un dique a la avalancha de males que por doquiera
lo invadían todo. Terminaba prometiendo que sus
alumnos acudían continuamente al trono de la
gracia para obtenerle el auxilio de Dios en medio
de tantas angustias.
Hízola firmar a todos sus muchachos y la envió
por manos seguras.
Pero en aquellos días, asegura el padre
Ruffino, don Bosco parecía preocupado. Habíales
contado haber visto en sueños a un hombre de gran
talla dando vueltas por las calles de Turín y
tocando con dos dedos en la cara a unos y a otros
ciudadanos. Los tocados se ponían negros y caían
muertos. Era acaso el anuncio de una epidemia
mortal?
((**It6.301**)) Seguía
el buen padre dando cada noche su platiquita a la
comunidad. Un viejo amigo de aquellos tiempos nos
contaba:
<>Veía el estado de alma en que cada uno se
hallaba a los ojos de Dios.
>>Cuando he aquí que penetró en el patio un
hombre que llevaba una cajita. Se metió entre los
muchachos. Llegó la hora de las confesiones, y el
hombre aquel abrió la cajita, sacó una marmotita y
la hacía bailar. Los muchachos, en vez de entrar
en la iglesia, formaron corro a su alrededor,
riendo y aplaudiendo sus muecas, mientras el tal
se iba retirando cada vez más hacia el lado del
patio más alejado de la iglesia.
>>Don Bosco describió en primer término, sin
nombrar a nadie, el estado de la conciencia de
algunos jóvenes; después puso de relieve los
esfuerzos e insidias empleadas por el demonio para
distraerlos y apartarlos de la confesión.
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