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con él, tuercen y ajustan hechos y efectos,
haciendo siempre ostentación de sí mismos y de sus
ideas fijas, en los más diversos aspectos de su
tema, obstinándose en hacer aparecer siempre su
misma visión y repitiendo lo mismo bajo formas
diferentes hasta la saciedad; no son narradores ni
pintores, sino inoportunos declamadores. Y no se
dan cuenta de que la historia, y toda la
naturaleza, es una especie de parábola propuesta a
los hombres por Dios; y querer darle una ùnica
aplicación, coarta la inagotable fecundidad de la
verdad, empobrece el concepto divino.
((**It6.294**)) Nicolás
Tommaseo, literato ilustre, que tan elogiosamente
escribía de don Bosco, cuando iba a Turín no
dejaba nunca de visitarle e incluso aconsejarse
con él; tanta era la estima en que le tenía.
Ya antes que Tommaseo, la Civilt… Cattolica
(año VIII, serie III, vol. V, pág. 482) había
publicado el juicio siguiente:
El nombre del insigne sacerdote don Bosco es
hoy día una prenda más que suficiente de la bondad
de sus escritos, todos ellos impregnados de celo y
encaminados a la cultura de la juventud, para cuyo
bien trabaja hace tantos años con laudabilísimo
tesón. Su Historia de Italia particularmente
merece ser elogiada por la rara discreción con que
fue escrita, de manera que en el reducido espacio
de quinientas cincuenta y ocho páginas en
dieciseisavo están diligentemente recogidos los
principales acontecimientos de nuestra patria. Así
pues, hacemos votos para que, dando de lado a
tantas historias de Italia, escritas a la ligera y
hasta con perverso fin, corra ésta de don Bosco
por las manos de los jóvenes, que emprenden el
estudio de las vicisitudes de nuestra bellísima
Península.
Don Bosco, sin preocuparse lo más mínimo de los
insultos de la Gaceta del Pueblo, seguía
entretanto escribiendo, como lo demuestra la
ininterrumpida serie de las Lecturas Católicas.
En el mes de noviembre publicaba el cuento:
Agustín, o sea el triunfo de la religión, de un
autor anónimo. Trata de la conversión de un noble
y riquísimo señor que, para expiar su incredulidad
y sus culpas, emplea todas sus riquezas en obras
buenas, se hace voluntariamente pobre y vive
limosneando en Alemania, adonde va a parar para no
ser conocido; salva la vida a dos condenados a
muerte y por último muere él mismo por defender a
la Santísima Eucaristía de los ultrajes de unos
ladrones herejes. Hubo que hacer varias ediciones
de este opúsculo.
Y ya estaba preparado también el número de
diciembre: ((**It6.295**)) La
persecución de Decio y el pontificado de San
Cornelio I, Papa, por el sacerdote Juan Bosco (I).
En estas páginas se hace alusión a la supremacía,
aún sede vacante, de la Iglesia Romana sobre las
demás Iglesias católicas del mundo. Se narra el
heroísmo de muchos mártires y la historia de los
siete durmientes; el respeto de San Cipriano,
obispo de Cartago, al Sumo Pontífice a quien acude
en busca de consejo
(**Es6.229**))
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