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sus hechos más memorables, que sabe seleccionar y
rodear de luz vivísima. Presenta a sus piamonteses
los hechos que atañen más particularmente al
Piamonte y enseña a hacer otro tanto a los otros
maestros, es decir, a ilustrar las cosas menos
conocidas y más lejanas con las más conocidas y
más próximas.
Se entiende, pues, que cada profesor debe saber
rehacer, al menos en parte, para su propio uso y
el de sus discípulos, los libros escolares, por
muy bien hechos que estén; debe saber animar en la
escuela con nuevos colores las narraciones del
libro, por muy vivas que sean, y aplicar, dentro
de lo posible, lo mismo la historia que cualquier
otra enseñanza a cada uno de sus alumnos.
En la gran cantidad de cosas a contar, el abate
Bosco guarda aquel orden y claridad, que,
procedentes de una mente serena, van insinuando en
las almas juveniles agradable serenidad. Ayuda
mucho a la claridad, en mi opinión, el poner en
capítulo aparte las consideraciones sobre la
religión y las instituciones de los pueblos, sus
usos y costumbres. Es el método empleado por
algunos historiadores del siglo pasado; y era
necesario que estas noticias fueran introducidas
oportunamente en la misma narración para darle
movimiento y plenitud de vida.
No quiero decir que toda observación general se
deba separar de la exposición de los hechos, lo
cual haría imperfecto lo uno y lo otro; pero digo
que también los historiadores antiguos, maestros
dignos de imitación en esto, o anteponían o
interponían a los hechos una descripción sumaria
de las costumbres; y digo que, especialmente en
los libros para uso de la juventud, este cuidado
es subsidio para la memoria y para la
inteligencia. Y no es posible, a propósito de tal
o cual caso, indicar con la necesaria evidencia
cuanto se refiere a la índole constante de los
pueblos, sin que se presente la enojosa necesidad
de repetir a cada paso las mismas nociones.
((**It6.293**)) No diré
que el autor no pudiera a veces aprovechar más las
noticias históricas que la ciencia moderna ha
comprobado, estudiando mejor las fuentes; no diré
que todos sus juicios acerca de los hechos me
parecen indudables, ni que todos los hechos son
narrados exactamente; pero me veo obligado a
añadir que no pocos de los cacareados
descubrimientos de la crítica moderna siguen
siendo dudosos ellos también y se refieren muchas
veces a circunstancias no esenciales a la íntima
verdad de la historia; y añadiré que los más de
los juicios del autor me parecen conformes a un
tiempo, a una verdadera civilización, a una segura
moralidad. En el coloquio casi familiar, que
mantiene con sus muchachos, mira con sabio acuerdo
los asuntos públicos por el lado de moral privada
más accesible a todos y más directamente
provechosa.
Querer hacer de los niños hombres de Estado y
enseñarles a dictaminar acerca de la suerte de los
imperios y las causas que dieron la victoria a tal
o cual capitán en una batalla campal, resulta una
pedantería no siempre inocente. Porque acostumbra
a las mentes inexpertas a juzgar, apoyadas en la
palabra ajena, lo que no pueden entender; porque
de este modo los conduce a formarse una falsa
conciencia; porque no los adiestra a aplicar
modestamente los documentos de la historia a la
práctica de la vida común.
Vemos, por el contrario, a los grandes
historiadores y a los grandes poetas antiguos
complacerse en retratar al hombre privado bajo la
bandera y casi diríamos bajo la máscara del hombre
público; y en el juzgar al padre, al hijo; al
hermano a través del ciudadano y del príncipe. De
ahí que, junto a la sabiduría y la utilidad, está
la mayor belleza de las obras históricas y
poéticas de los antiguos. Por el contrario, no
pocos de los modernos, lo mismo en la historia que
en la poesía misma, se proponen demostrar un tema
y ponen en él su mira del principio al fin; y de
acuerdo
(**Es6.228**))
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