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-Quién eres?
Como no era piamontés no entendía qué le decían
y callaba aterrado.
Aquellos hombres, confirmándose cada vez más en
sus sospechas, se le acercaron y, al observar que
llevaba algo a la bandolera, creyeron que fueran
armas y gritaron:
-Qué llevas ahí?
-El hato de mi ropa.
Al oír esta respuesta y verle la cara más de
cerca, comprendieron su equivocación y le
preguntaron:
-A dónde vas?
-íA I Becchi!
((**It6.282**))
Preguntáronse unos a otros y nadie supo decir
dónde quedaba I Becchi. Pero comprendieron que se
trataba de un muchacho extraviado.
-Con quién ibas?
-íCon don Bosco!
-íAhora entendemos!
Soltaron una sonora carcajada, y siguieron
diciendo:
-Espera; en cuanto terminemos de cocer el pan,
uno de nosotros te acompañará. Tendrás hambre,
verdad?
Le metieron en casa y le dieron de comer.
Acabado su trabajo, lo acompañaron un trecho y le
dieron las indicaciones necesarias para seguir
adelante.
-Para no equivocarte, pregunta siempre dónde
está don Bosco y no dónde está I Becchi, de lo
contrario nadie te comprenderá.
Emprendió otra vez el camino, pero lo perdió
por segunda vez y fue a parar a las alquerías de
Capriglio.
Entretanto en I Becchi reinaba gran ansiedad
por su desaparición; inútilmente le buscaron por
los alrededores. Por la mañana, después de oír
misa, se disponían los muchachos a desayunar,
cuando a eso de las ocho aparecía Boccallo
deshecho y medio muerto de sueño. Le recibieron
todos con un fuerte aplauso y él corrió a dormir,
que buena falta le hacía.
La última excursión de los muchachos fue a
Mondonio, a la tumba de Domingo Savio, pues
reconocían haber obtenido grandes favores de Dios
por intercesión de su santo compañero. El párroco,
don Domingo Grasso, los llevó al cementerio. Allí
se encontraron con que un piadoso señor de Génova,
que había leído y admirado las virtudes descritas
por don Bosco en la biografía de Domingo Savio,
había mandado colocar sobre su tumba una losa de
mármol con su
(**Es6.220**))
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