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Una tarde hacía ya largo rato que se encontraba
con sus muchachos a la hora de recreo y se sentía
cansado. Después de haberles hecho caminar un
poco, sacó fuera del pórtico a todos los que
estaban formando corro en su derredor. Los hizo
sentarse en el suelo, y él con ellos. Aunque los
muchachos se encontraban incómodos, ninguno se
atrevía a moverse, por su interés de oír a don
Bosco y no perder ni un instante del tiempo que él
había destinado a estar con ellos. El siervo de
Dios, después de hablar del gran bien que quedaba
por hacer a las almas en el mundo, de la necesidad
de hacerlo proto, y de cómo deseaba el Señor que
los chicos del Oratorio lo ayudaran, añadió:
-íCuánto bien se podría hacer, si yo tuviera
diez o doce buenos sacerdotes para enviarlos en
medio del mundo!
-íYo, yo! -respondieron todos a coro.
La entusiasta respuesta hizo sonreír a don
Bosco, que siguió diciendo:
-Pero, si queréis venir conmigo, es preciso que
os pongáis a mis órdenes, y me dejéis hacer con
vosotros lo que estoy haciendo con el pañuelo, que
tengo en las manos.
Y, al decir esto, como solía hacer, y ya lo
hemos contado otras veces, sacó del bolsillo un
pañuelo blanco y lo fue doblando de uno y otro
modo; lo pasó a la mano izquierda y lo frotó hasta
hacer con él un ovillo; hizo después un nudo y lo
deshizo echándolo al aire para volver a plegarlo
de otra forma. Los chicos contemplaban atónitos
aquella extraña mímica de don Bosco y muchos no lo
comprendían. Entonces él, tomando de nuevo la
palabra, dijo:
-Todo será posible, si dejáis ((**It6.12**)) hacer
con vosotros lo que me habéis visto hacer con el
pañuelo: Si me obedecéis, si hacéis mi voluntad,
la voluntad de Dios, veréis que El hará milagros
por medio de los muchachos del Oratorio.
Y muchos de ellos se pusieron resueltamente a
sus órdenes para cooperar en la gran misión.
Por lo demás, don Bosco inculcaba continuamente
a sus alumnos la virtud de la obediencia y la
predicó un domingo por la tarde, al tener que
suplir al teólogo Borel. Sus palabras, recogidas a
vuela pluma por el clérigo Juan Bonetti, fueron
las siguientes:
Todos los que quieren ejercer un oficio deben
pasar por un aprendizaje para aprenderlo bien. Hay
un antiguo refrán que dice: nadie nace maestro.
Por esto, si uno quiere ser albañil, es preciso
que durante dos o tres años se resigne a llevar el
cubo, los ladrillos, las piedras y hacer otros
pesados servicios como éstos, para aprender
después a manejar la paleta y levantar casas, sin
miedo a que luego caigan(**Es6.22**))
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