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de Villa San Secondo. El cura párroco de Corsione,
don Juan Bautista Roggero, sabedor de que iba a
quedarse todavía en casa del teólogo Barbero,
suplicóle que volviese por segunda vez a su
parroquia con todos los chicos. Quería que pasara
un día entero con él. Había hecho abundante
provisión de todo lo necesario para agasajar a los
deseados huéspedes; y don Bosco tuvo que ceder a
sus instancias.
El jueves, después de cantar una misa en
sufragio de los difuntos del pueblo y tras un
opíparo banquete al que asistieron los párrocos de
los pueblos circunvecinos, al son de la banda y
cercados de la gente que aplaudía, acompañados por
el párroco durante un buen trecho de camino, los
alumnos del Oratorio dejaban Villa San Secondo y
se encaminaban de vuelta a I Becchi.
A las cuatro de la tarde llegaban a Piea,
antiquísimo castillo, con amplios salones,
restaurados en 1600, donde el caballero Gonella,
pariente del bienhechor de Chieri, les ofrecía en
su casa solariega una buena merienda y después,
con el párroco don Bartolomé Varino, que deseaba
entretenerse un rato con don Bosco, reanudaban la
marcha.
Les sorprendió la noche muy lejos todavía de I
Becchi. Resplandecía la luna llena y caminaban por
los senderos de las viñas, por medio de los
bosques, después de haber ((**It6.281**)) cantado
y dado una serenata musical a las aves del campo.
Todos avanzaban alegre y lentamente hacia casa.
Santiago Costamagna llevaba a cuestas el bombo y
don Bosco iba tocando en él con el puño en lugar
de hacerlo con la maza. Evidentemente no lo hacía
por diversión, pues debía causarle vivo dolor.
>>Quería, quizás, advertir a los muchachos con los
golpes que iban oyendo que siguieran sin perderse
por los senderos que subían, bajaban y se
cruzaban, o pretendía, tal vez, que aquel sonido
fuera como un toque de atención en el oído de
alguno?
Llegaron a I Becchi avanzada la noche. Pasaron
lista y resultó que faltaba uno. Un tal Lorenzo
Boccallo, que quiso adelantarse a los otros, se
extravió y no se dio cuenta de su error hasta
después de un largo trecho. Intentó orientarse,
pero no lo consiguió. Todo estaba desierto a su
alrededor. Anduvo vagando por valles y colinas
hasta las dos de la mañana, en que oyó unas voces.
Era gente que cocía el pan. Se acercó a ellos.
Cuando éstos vieron a aquel muchacho con su hato a
la bandolera, lo tomaron por un salteador de
caminos y arremetieron contra él con la pala y el
hierro de las brasas. El muchacho despavorido
temblaba; los campesinos le dieron el alto y le
preguntaron en dialecto:
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