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sentimientos de duda y de extrañeza. Los
compañeros, que se habían acurrucado en la
habitación, no pudieron ya aguantar la risa y, al
oír Gastini sus carcajadas mal reprimidas, se dio
cuenta de la burla y comenzó a vocear. Por un buen
rato se paseó a la luna de Valencia.
A la mañana siguiente reanudaba Tomatis sus
bromas buscando las piernas que decía haber
perdido en la excursión del día anterior. Y
pensaba en las sorpresas serias o jocosas que daba
al amo de la casa, que de momento causaban
asombro, pero después un regocijo que no tenía
fin. Don Bosco celebraba aquellas humoradas,
porque distraían a los muchachos de todo
pensamiento inoportuno.
La alegría no apartaba a los chicos de las
prácticas de piedad. El día siguiente a su llegada
era para aquellos pueblos ((**It6.273**)) una de
las más hermosas solemnidades: un buen número de
vecinos confesaba y comulgaba, ya que don Bosco se
estaba largas horas oyendo confesiones; se cantaba
la misa con acompañamiento de música instrumental,
tomando parte en ella el pueblo. Después de la
comida iba la banda a tocar ante la casa del
Alcalde y de los señores principales. Por la tarde
volvía a predicar don Bosco y, después del canto
de las letanías con acompañamiento de la música,
se daba la bendición con su Divina Majestad.
Terminadas las sagradas funciones, los muchachos
divertían al pueblo con cantos y piezas de música
y la representación de alguna comedia moral, en un
lugar donde pudieran asistir cuantos quisieren.
Los dramas, los cantos, la declamación de
poesías en dialecto piamontés eran un espectáculo
digno de una ciudad, por la calidad artística de
los actores Bongiovanni, Gastini, Tomatis y otros.
Las personas cultas quedaban más que satisfechas,
mas para dejar embelesadas a las gentes sencillas
del pueblo se requería la actuación de Tomatis.
Tenía éste todo un repertorio suyo particular de
parodias, muecas, gestos, posturas, saltos y
chistes de una gracia incomparable. Por ejemplo,
declamaba un día y llevaba a la cabeza un sombrero
de copa muy alto. Sacudió la cabeza y se lo metió
hasta el cuello, hacía inútiles esfuerzos por
sacárselo y entre las carcajadas estrepitosas de
los espectadores no podía o, mejor dicho, fingía
no poder salir del apuro. Corrió entonces Gastini
para ayudarlo y fue aquello una farsa completa.
Alguien dirá: ípayasadas!.
Es verdad; pero aquellas representaciones
dejaron siempre en todas partes un agradable
recuerdo.
Cuando llegaba la hora de salir para otra
aldea, todos los muchachos se juntaban para
despedirse de su huésped. Uno de ellos leía un
simpático saludo con algunas frases de ocasión
compuestas por don
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