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de un modo especial proporcionándoles un apreciado
y saludable solaz. Aquellas excursiones
satisfacían además el frenesí que por entonces
dominaba a la mayoría de los muchachos sujetos a
novedades, agitación, tambores y armas que daban
pábulo a la fantasía llenándola primero de deseos
y esperanzas, y después de recuerdos y relatos.
Esta diversión exigía a don Bosco un gran
espíritu de sacrificio, por tanto como había de
preparar y por la continua vigilancia que debía
prestar. Era excesivamente larga a veces la
caminata y los chicos habían agotado las
provisiones; otras los sorprendía el mal tiempo, y
gracias a que la providencia acudía en su ayuda a
través de almas generosas, sobre todo párrocos o
capellanes, que salían a su encuentro y los
invitaban a descansar en su casa.
Eran unas marchas románticas: aquí un grupo
cantaba a coro una canción, allá se oía una
trompeta que daba las órdenes de las evoluciones o
tocaba la diana. Más allá sonaban cuatro o cinco
trompetas marcando el paso acelerado de los
<>. ((**It6.269**)) El
tambor redoblaba sin parar y a veces, por algún
fuerte golpe de bombo, retozaba la becerra o la
oveja que pacía en la pradera. En retaguardia iban
los portadores de todo lo necesario para montar la
escena en el teatro preparado por la gente del
pueblo.
De ordinario don Bosco iba el último acompañado
por alumnos y clérigos.
De cada uno de los pueblos adonde se
encaminaban, había estudiado previamente los
orígenes, los avatares políticos, los príncipes
que los habían gobernado, los personajes que los
habían hecho famosos, los sucesos venturosos, las
desdichas, los monumentos, las obras de arte o las
maravillas de la naturaleza, si las había,
aprovechándose de la enciclopedia de Casalis, de
las memorias monográficas de aquel lugar y también
de la historia eclesiástica. Y después, sobre la
marcha o en las paradas, instruía y deleitaba a
los alumnos contándoles lo aprendido en los
libros. Los muchachos no se cansaban de oírle y
las personas instruidas de aquellos lugares se
maravillaban de que don Bosco hablase de cosas de
su tierra, que ellos mismos ignoraban por
completo.
Cuando don Bosco no podía tener a su alrededor
a los muchachos, sustituíale Carlos Tomatis,
protagonista de todas las farsas teatrales, alma
de la compañía, héroe de todas las aventuras,
capaz de mantenerlos alegres con sus inagotables
bromas y ocurrencias doquiera se encontrasen. Don
Bosco, que no podía tolerar caras mustias y
tristes, el aislamiento o las conversaciones en
voz baja y casi
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