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localidades que carecieran de órgano. Los cantores
ensayaban sin cesar en su clase ((**It6.267**)) las
partituras de música sagrada y profana para la
iglesia y el teatro. Algunos habían hecho una
pequeña colección de dramas, comedias, sainetes y
pantomimas, para poderlas representar dos y más
veces en un mismo lugar, sin tener que repetir las
ya representadas, y ensayaban sin cesar a los
cómicos.
Los tramoyistas embalaban decorados, atrezzo y
vestuario para los actores, todo lo cual llevarían
después ellos mismos sobre sus espaldas. Este
trabajo no impedía, sin embargo, las clases de
vacaciones.
Don Bosco se adelantó yendo a I Becchi con
Garino, Chiapale y algunos más. Allí predicaba la
novena del Rosario don Miguel Angel Chiatellino y
él confesaba; resultaba una verdadera misión para
los caseríos de los alrededores.
El sábado, día primero de octubre, salió del
Oratorio el grupo de cantores, músicos y demás
alumnos. Cada uno llevaba su hatillo de ropa
blanca para mudarse durante los días de excursión
y además algunos panes, queso y fruta.
Cerca de Buttigliera, el padre del estudiante
Tomás Chiuso, que fue más tarde canónigo de la
Catedral de Turín, les obsequió, como hortelano
que era, con una variada y bien aderezada ensalada
que apagó la sed ardiente que les había causado el
largo camino; y al atardecer llegaron a I Becchi,
donde José Bosco les tenía preparada la cena.
El domingo, dos de octubre, se celebró la
fiesta de Nuestra Señora del Rosario.
Al día siguiente empezaron las excursiones que,
con todo derecho, merecen el apelativo de clásicas
y únicas en su género, pues duraban diez, veinte y
más días; iban de una a otra aldea y seguían el
itinerario de un plan bien programado.
Comenzaremos dando de ellas una ((**It6.268**)) idea
general, para contar a su tiempo los sucesos
particulares de cada una de las jornadas.
Hacía ya tiempo que estaban señalados los
lugares donde había que pernoctar; siempre en casa
de un párroco amigo, o de un eximio bienhechor,
los cuales preparaban alojamiento para todos ellos
y proporcionaban a sus expensas lo necesario para
dormir y comer; aguardaban ansiosos el día de la
llegada de don Bosco y gozaban lo indecible
ofreciéndole cuanto necesitaba. Formaba la marcha
un centenar de muchachos, acompañados por algún
clérigo, que llevaban la alegría de la música y
del teatro y la edificación de la piedad a los
pueblos por donde pasaban. Eran los que don Bosco
quería premiar
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