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-Y ahora, señores, llévenselo a casa, concluyó
don Bosco. Yo les aseguro que recibirán de él
muchos consuelos.
Y así fue. Reanudó los estudios y, aprovechando
el gran talento que tenía, recuperó en pocos años
el tiempo perdido, se doctoró en derecho y
ascendió a uno de los más altos cargos del Estado.
El mismo don Bosco nos contó este hecho que
demuestra cuán peligrosos resultan para los
jóvenes muchos libros que, sin ser perversos,
excitan la fantasía y avivan la sensibilidad. Por
eso don Bosco era tan severo al imponer a sus
alumnos que presentaran al juicio del Superior los
libros que llevaban de sus casas y los que
adquirían durante el año.
Nos consta que también aconsejaba a muchos
jovencitos de la clase acomodada y de la nobleza
que dieran a examinar todo libro que cayera en sus
manos, a personas probas e inteligentes, antes de
leerlos. Y eso porque en las mismas escuelas había
profesores poco prudentes, y a veces irreligiosos,
que aconsejaban a los alumnos lecturas poco
recomendables.
((**It6.259**)) Así que
había estudiantes de la ciudad que le llevaban o
enviaban sus libros para que les diera su
aprobación o desaprobación.
Poseemos una carta suya sobre este asunto.
Muy querido Octavio:
Aquí tienes los libros que he mandado revisar.
Verdaderamente no hay en ellos nada prohibido: los
libros no están en el índice. Con todo contienen
algunas cosas bastante peligrosas para la
moralidad de un joven; por tanto, puedes leerlos,
pero vigila sobre ti mismo y, si te dieres cuenta
de que perjudican a tu corazón, suspende su
lectura, o por lo menos salta los trozos que
relativamente pueden ser peligrosos.
Hice esperar al criado porque había muchos
aguardando audiencia. Que Dios te conceda salud y
gracia. Muchos saludos a mamá y a tu hermana. Reza
también por mí que siempre seré en el Señor.
Turín, 11 de agosto de 1859.
Tu afectísimo amigo
JUAN BOSCO, Pbro.
Para el noble joven Octavio Bosco de Ruffino.
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