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el Conde se alejó un poco para examinar un
cobertizo recién construido, atrajo la atención de
don Bosco cierto muchacho de rostro bronceado por
el sol, de constitución robusta, con el pelo al
rape y un tupé que le cubría la frente. Estaba a
poca distancia, en un prado más bajo, amontonando
con una horca el estiércol sacado de las cuadras.
Cuanto más lo miraba, tanto más le parecía haberlo
visto otras veces, pero no lograba determinar con
precisión sus recuerdos. En aquel instante levantó
los ojos el muchacho, hizo un gesto de sorpresa, y
continuó su trabajo, volviendo intencionadamente
la cara de modo que quedara oculta a don Bosco.
Este se movió para bajar por el ribazo y el
muchacho se alejó a paso apresurado. Iluminóse
entonces la mente de don Bosco, y pensó:
-Quizás es Francisco.
En el entretanto se había acercado el colono y
don Bosco le preguntó por aquel muchacho. Su
respuesta fue:
-Es trabajador, obediente y de buena conducta.
Añadió que se llamaba José, y se lo habían
recomendado unos parientes suyos, por lo que no
había ((**It6.255**)) creído
necesario pedir informes. Pensó don Bosco que el
muchacho se había cambiado de nombre y dijo al
colono:
-Hágame el favor de interrogarle con prudencia;
procure conocer su apellido, cuándo salió de su
pueblo y dígame después el resultado de sus
averiguaciones.
Mientras tanto, el muchacho escondido entre las
vides observó cómo don Bosco hablaba con el
colono; sospechó el tema de la conversación,
decidió escapar y, sin más, subió a la casa para
ponerse su gastado traje y tomar el poco dinero
fruto de sus ahorros.
El conde y don Bosco daban la vuelta en el
coche al flanco de la colina, que estaba inculta,
pedregosa y escarpada por aquel lado. De pronto,
en un recodo del camino apareció bajando a toda
prisa y corriendo el muchacho que había creído
poder adelantarse a don Bosco. El caballo se
encabritó, saltó el conde y lo metió en freno; don
Bosco bajó en seguida e intentó agarrar a
Francisco por un brazo, al brincar al camino. Pero
no consiguió detenerlo dado el ímpetu de su
carrera. Y el muchacho gritó:
-íDéjeme, déjeme marchar!
Resbaló ribazo abajo y se escabulló por entre
los árboles del barranco.
Ya había transcurrido casi un año desde aquel
encuentro. Se hallaba don Bosco en el santuario de
San Ignacio, junto a Lanzo, haciendo ejercicios
espirituales. Salió un día, después de comer, a la
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