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y atuendo manifestaban ser de condición acomodada,
les pidiera limosna y le preguntaron quién era y
de dónde venía. Francisco supo inventar una
historieta que conmovió a aquellos corazones
sencillos. Les dijo que era huérfano de padre y
madre, los cuales, por quiebra en los negocios, lo
habían dejado en extrema miseria y que por eso,
por vergüenza de pedir limosna en una ciudad donde
era conocido, había resuelto marchar a pueblos
lejanos. Recibió entonces su porción de gachas, y
uno de los labriegos le dijo:
-Y cómo te las vas a arreglar para vivir en
adelante? Tendrás que ponerte a trabajar.
-Si me aceptáis con vosotros, aquí me tenéis,
respondió Francisco.
-Tú, tan fino, manejando pala y azadón?
Y soltaron todos una carcajada.
-Por qué no? -replicó Francisco-íprobadme!
-Bueno, toma este trillo... y íadelante!
Se quitó Francisco la chaqueta y empezó a
trillar. Aunque no estaba acostumbrado a trabajos
manuales, lo hacía con tanto ahínco que aquellos
buenos campesinos, compadecidos, le dijeron:
-Bien, quédate con nosotros; pan y polenta no
te faltarán. En el pajar tienes tu sitio para
dormir conforme?
Allí se quedó Francisco dos semanas, cumpliendo
cuanto le mandaban, pero importunando a sus amos
para que lo pusieran a servir en otro cortijo más
distante de Turín. Y aquella buena familia lo
envió a casa de unos parientes suyos, que vivían
en Sciolse. Allí se sometió Francisco a toda
suerte de trabajos y humillaciones, con
inquebrantable energía de voluntad. Una loca
vergüenza y un temor absurdo le impedían volver a
la casa paterna.
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Entretanto su padre, antiguo magistrado, hacía
pesquisas para encontrarle con ansia desgarradora,
mas no lograba dar con él. Fue a ver a don Bosco
en busca de consuelo y éste, aunque sorprendido
por la extraña noticia, le aseguró que la
Santísima Virgen protegería a su hijo y lo
devolvería al hogar; al mismo tiempo le prometió
que en el Oratorio se rezaría por él.
Pasaron dos años sin tener la menor noticia de
Francisco, cuando he aquí que don Bosco tuvo que
ir a Sciolse a pasar unos días en el castillo del
conde de Roasenda para predicar en la parroquia de
aquel lugar. Quiso el conde llevarlo en coche para
visitar una gran hacienda de su propiedad
cultivada con mucho esmero. Después de examinarlo
todo minuciosamente, se sentaron a descansar en un
lugar delicioso, desde donde se disfrutaba un
hermoso panorama. Mientras
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