((**Es6.198**)
verdad, y se le confiere un cargo importantísimo y
lucrativo. La narración demuestra que la divina
Providencia permite a veces que nuestra vida sea
víctima de las opresiones de los malvados, pero
cuando menos lo esperamos, acude en nuestra ayuda.
La virtud es premiada aun en esta vida y en la
futura recibirá con toda seguridad una recompensa
eterna en la patria de los bienaventurados.
Para el mes de agosto preparó: La vida de los
sumos Pontífices San Ponciano, San Antero y San
Fabián, por el sacerdote Juan Bosco (H). Era un
trabajo totalmente suyo. Al exponer la historia de
estos Papas, que vertieron su sangre por la fe,
describe la conversión, la santa vida y el
martirio del senador Poncio, el bautismo del
emperador Filipo y de su hijo y la sumisión de
Orígenes a la Iglesia.
Cuando acabó la corrección de este número, don
Bosco fue ((**It6.252**)) a San
Ignacio, donde se encontraría con una ovejita
descarriada a la que iba buscando hacía años.
El jovencito Francisco D... de ingenio
despejado, estudiante de bachillerato, había
frecuentado el Oratorio de Valdocco. Pertenecía a
una familia rica en bienes materiales y virtudes.
Su padre y su madre habían infundido en su corazón
el santo temor de Dios, y don Bosco secundaba sus
desvelos recomendando al muchacho entera
obediencia a sus padres. Francisco no tenía
secretos para él. Cuando volvía del Oratorio a
casa gozaba contando todo lo que había dicho y
hecho don Bosco y repetía su nombre a cada
momento, de modo que sus padres esperaban un gran
bien de aquella santa amistad.
Pero Francisco estaba poseído de una insaciable
curiosidad, por leer, saber y conocer. Prestáronle
los compañeros una novela, que sin ser inmoral,
calentaba sin medida la fantasía, y él se apasionó
tanto por aquellas lecturas, que se enfrió en la
piedad, en el estudio y se cansó del Oratorio.
El padre que se dio cuenta del cambio, averiguó
la causa, reprendió al hijo, quitóle aquellos
libros, y no encontrando en él la debida
docilidad, le amenazó con un severo castigo. El
muchacho, desequilibrado con aquellas lecturas,
obstinado y amedrentado, huyó de casa. Después de
rodar por las colinas de Superga, por miedo a que
le dieran alcance, se detuvo frente a la era de un
cortijo donde los labradores, suspendida la
trilla, merendaban alegremente a la sombra de un
árbol copudo. Extenuado por el calor, la sed y el
hambre, los contempló un instante con envidia. El
amor propio le detenía, la necesidad le empujaba,
hasta que, armándose de valor, se acercó a ellos y
les pidió unas pocas gachas de harina de maíz.
((**It6.253**)) Se
extrañaron los labriegos de que un jovencito, cuya
fisonomía
(**Es6.198**))
<Anterior: 6. 197><Siguiente: 6. 199>