((**Es6.193**)
toda alegría. Los chicos comprendían que aquél era
el mejor regalo para el maestro y sólo Dios sabe
el bien que hacían en semejante ocasión las
palabras de quien los amaba.
Por lo que se podía descubrir, grandísimo era
también el fruto para las vocaciones. Los
muchachos quedaban como electrizados y más de uno,
antes de ponerse el sol, tomaba aparte al maestro
y le decía:
-Estoy contento, sabe?; pero que muy contento.
La escuela de aquellos tiempos era como un
pequeño santuario, pues igual que al presente,
frente al Crucifijo había un altarcito con la
estatua de la Virgen Santísima, donde nunca
faltaban luces y flores. Al terminar las clases de
los sábados, se rezaban ante Ella las letanías; en
el mes de mayo se hacía cada día una breve oración
en común; las vísperas de todas las fiestas de la
Virgen, el maestro las anunciaba a los alumnos,
((**It6.245**)) y les
exhortaba para recibir los sacramentos. Del mismo
modo se anunciaban las fiestas principales del
año, pues era notorio que don Bosco no concebía
una buena fiesta sin confesión y comunión. No era
ningún sermón, sino un simple anuncio, con
poquísimas palabras.
Por todo cuanto se ha dicho se puede comprender
el orden, y por ende la aplicación reinante en
tales escuelas y talleres, ya que también en ellos
se tenían las mismas costumbres. Donde reina la
caridad, reina la felicidad, y por eso al final
del año escolar, aun cuando los muchachos ansiaban
volver a sus casas, sentían, sin embargo,
separarse de sus maestros.
(**Es6.193**))
<Anterior: 6. 192><Siguiente: 6. 194>