((**Es6.192**)
por su letra y por su música y de las
composiciones en verso y en prosa en diversas
lenguas. Tendremos oportunidad para hablar
ampliamente del entusiasmo de los muchachos en
aquella ocasión al referir los hechos de los años
sucesivos.
Fuéronse añadiendo posteriormente a las
fiestas, que se celebraban en honor de don Bosco,
las que cada una de las clases de estudiantes o de
aprendices dedicaban a sus propios maestros con
ocasión de su día onomástico. Cada maestro
representaba a don Bosco ante los muchachos que se
le habían confiado y, por consiguiente, huelga
decir cuán alegres resultaban estas fiestecitas
parciales. Un ramo de flores, un modesto regalo
comprado por suscripción y que sirviera de
recuerdo, unos pasteles, poesías y discursos eran
medios para estrechar cada vez más los corazones.
Aquel día se adornaba de algún modo la cátedra de
la escuela o el banco del taller. Algunas veces
asistía don Bosco, pero no como norma fija. La
fiesta comenzaba con la comunión general de los
alumnos de la clase. Por la tarde se hacía media
vacación y coronaba la alegría de todos un paseo
con el maestro. Por los abusos que se fueron
introduciendo aboliéronse más tarde la media
vacación, el paseo, la merienda y las
suscripciones. Aquel día tenía ocasión el maestro
para adueñarse de algún corazón que se mantenía
cerrado, para reconcilarse con algún alumno que se
había apartado de él, para animar a un negligente
que se había desalentado, prometiéndole una ayuda
especial, para perdonar alguna falta a quien temía
que ésta ((**It6.244**)) tendría
desagradables consecuencias para él al fin del
año. Como quiera que aquel día era más viva la
expansión de los alumnos, fácilmente se
manifestaban y desaparecían ciertas sombras,
ciertas susceptibilidades, ciertos celos, y hasta
algún desorden que de otro modo hubiera quedado
oculto con perjuicio para la disciplina y a veces
para las almas.
El fin que don Bosco se proponía con estas
demostraciones de afecto y gratitud era siempre la
vida eterna. Este fin quedaba manifiesto en las
expresiones de los muchachos, en sus composiciones
literarias y en sus promesas, lo mismo que en las
respuestas del maestro a las palabras de los
alumnos. El maestro no dejaba de recomendar una
buena confesión y pedir afectuosamente a los
muchachos que se pusieran en gracia de Dios, si no
lo estaban. Les decía claramente que si alguno
había callado algún pecado por vergüenza, fuera a
confesarlo aquel mismo día para que Jesús
recibiera de todos este consuelo, y que era el
mayor disgusto para el maestro pensar que uno sólo
de sus alumnos pudiera estar privado en aquel
momento de la amistad de Dios, un disgusto tan
grande como para empañar
(**Es6.192**))
<Anterior: 6. 191><Siguiente: 6. 193>