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enviado para tener a raya a los fautores del
orden. El día doce estallaba la revolución en
Bolonia, después de haberse retirado los mil
austríacos de su guarnición. Era cabecilla del
partido unionista el marqués Pépoli, primo de
Napoleón III. ((**It6.242**)) Se armó
a la plebe, se organizó un gobierno provisional y
se intimó al legado pontificio que partiera.
También fueron abandonadas por las tropas de
Austria las legaciones de Rávena y Ferrara, que se
habían rebelado, por lo que en seguida el
Ministerio piamontés enviaba a Máximo D'Azeglio
como comisario de Bolonia.
En Perusa el partido de la Unión con el
Piamonte, a cuyo frente estaba María Bonaparte,
condesa Valentini, prima de Napoleón III, ayudado
por una escuadra armada, llegada desde Toscana,
echaba al delegado y sustraía la ciudad al dominio
del Papa.
Pero el veinte de junio un regimiento papal de
suizos la recuperó para su legítimo Soberano, pese
a la defensa encarnizada de los insurrectos. En
otras ciudades de Las Marcas y de Umbría habían
buscado los sectarios soliviantar al populacho,
pero después de aquel suceso todo volvió a la
calma.
También en Lombardía había cesado por el
momento el estruendo de las armas desde hacía unos
días, y en Valdocco se oraba por el Papa, por el
Rey, por el ejército y por la paz. Pero en él se
alternaban también las alegrías y las fiestas,
cuyo motor era el afecto y la gratitud. Esa fue
siempre la nota característica del Oratorio. La
devoción y la frecuencia de los sacramentos eran
su principio y su motor. Se desparramaban los
alumnos fuera de la iglesia y llenaban los patios
de cantos, músicas, aplausos y gritos de alegría.
La poesía, sobre todo, se esforzaba por hacer más
encantadores aquellos días bastante frecuentes. El
día onomástico de los superiores, las honras a los
mayordomos en las fiestas de los santos patronos,
el santo titular de cada dormitorio, las
excursiones con motivo de la solemnidad en alguna
parroquia eran otras tantas ocasiones para
encender el estro de los cultivadores de las
musas. Hemos reunido y conservamos cientos de
aquellas poesías por ser algo muy querido todo lo
que nos trae el recuerdo de ((**It6.243**)) los
antiguos compañeros. Algunas son bastante toscas,
otras sinceramente hermosas, pero en todas habla
el lenguaje del corazón.
La más solemne de todas estas fiestas, que
podíamos llamar caseras, era siempre la del día
onomástico de don Bosco. Era el día del sitial
adornado a manera de trono, del patio
espléndidamente iluminado, de la ofrenda de
graciosos regalos, del himno distinto cada año
(**Es6.191**))
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