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mediodía: naturalmente tendréis apetito, los
convalecientes necesitarán un alivio y no conviene
que nos pongamos de nuevo en camino con el
estómago vacío: por tanto, venid conmigo e iremos
a hacer, como vosotros decís, no une ribote (una
comilona), sino una modesta comida.
Dicho esto, los llevó a una hostería, les pagó
una comida, comió con ellos y les hizo pasar uno
de los días más alegres de su vida. Resulta
imposible expresar la alegría de aquellos hombres.
De regreso en la ciudad contaron lo sucedido a su
jefe, el cual quedó tan admirado de ello, que al
día siguiente se presentó en el Oratorio para dar
gracias a don Bosco, con palabras inspiradas en el
más vivo reconocimiento y con una elegancia
verdaderamente francesa.
Al mismo tiempo enviaba don Bosco al clérigo
Celestino Durando en busca de donativos a casa de
muchos sacerdotes y otros ((**It6.241**))
distinguidos señores, para poder comprar una gran
cantidad de libros instructivos y amenos escritos
en francés. El mismo se los llevaba a los soldados
o se los hacía entregar a las Hijas de la Caridad
que prestaban sus servicios en los hospitales. Lo
mismo hacía con los soldados austríacos, recogidos
y hospitalizados en la Residencia Sacerdotal, a
los que repartía libros de religión en alemán.
Por estas y otras razones los soldados de
Francia, que residieron por entonces entre
nosotros, cobraron tanto afecto al Oratorio que,
al recibir la orden de partida de Turín, pasaron a
despedirse de don Bosco y sus maestros, llenos de
profundo agradecimiento y gran emoción. Algunos de
ellos siguieron carteándose mucho tiempo con don
Bosco y con otros de la casa, especialmente con
don Miguel Rúa, que fue su maestro de aritmética.
Entretanto los liberales de los otros Estados
de Italia, siguiendo las instrucciones ocultas de
Napoleón III y de Cavour, promovían disturbios.
Era un triste presagio de los sucesos preparados,
la muerte del Rey Fernando de Nápoles, que murió
envenenado el veintidós de mayo. El nueve de
junio, tras un mes de agitaciones populares e
incertidumbres, la Duquesa de Parma, que oyó las
victorias de los aliados, abandonaba sus dominios
en los cuales se enarbolaba inmediatamente la
bandera piamontesa. El once, el Duque de Módena, a
la vista de la rebelión de Massa y Carrara,
ocupadas inmediatamente por los soldados sardos,
sabedor de que una división francesa se acercaba a
sus Estados desde Toscana, se marchó; y después de
un voto de unión al Piamonte, el Rey Víctor
enviaba allí, como comisario para Emilia, a Carlos
Luis Farini. La división francesa estaba mandada
por el príncipe Napoleón, enemigo acérrimo del
Papa, expresamente
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