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de su hallazgo que fue publicado en los
periódicos, tal y como manda la ley. Al no
presentarse nadie reclamando el tesoro con
suficientes datos de identidad, el Magistrado
adjudicó a Silvio su fortuna. Entonces éste fue a
ver a un abogado, paisano suyo, que se había
establecido ((**It6.219**)) en la
ciudad, hombre probo y de su misma edad, y le
pidió consejo sobre el destino que debía dar a
aquel capital. El abogado le sugirió que buscara a
sus hijos, les proveyese de un educador y maestro,
para que aprendieran los rudimentos de la
gramática, corrigieran los modales rudos y
llegaran a ser unos jóvenes modosos, y al mismo
tiempo que comprara una finca. Un abogado, un
médico, el maestro, el educador, un criado, un
aparcero de la granja y los hijos, que el padre
vuelve a encontrar después de extrañas aventuras,
son los personajes de la comedia. Los dos
muchachos, trajeados elegantemente durante el
desarrollo de la acción, aparecen sucesivamente
sentados en clase con el profesor, jugando en el
jardín durante el recreo, comiendo con su padre y
los amigos de la familia, reunidos en el salón en
tertulia con los notables del pueblo. Uno se
indigesta por tragón, el otro es más moderado y
más dócil, pero los dos son la rudeza
personificada. Mil lindezas de mala índole se
suceden una tras otra, como rascarse la cabeza,
meter las manos entre los cabellos, caminar con
los zapatos en la mano, meterse los dedos en la
nariz, no quitarse nunca el sombrero, no emplear
el pañuelo, limpiarse el sudor con la manga,
caminar arrastrando los pies. La escena de la
comida hace reventar de risa. Los sabios consejos
del educador van como pegados a cada grosería, ora
en prosa ora en verso, acompañados de algún
refrán. Los dos alumnos se enojan, barbotan entre
ellos y con los criados, pero se sosiegan
fácilmente ante los reproches del padre, las
observaciones de los amigos, o las buenas maneras
del maestro, que dará comienzo a su instrucción
religiosa. Prometen aprender las reglas de
urbanidad, granjearse muchos amigos, tratando con
respeto a todos los que se les acerquen y dando
gracias al Señor por haber trocado su condición.
Con la invitación a un modesto banquete se cierra
la comedia de la que cabe afirmar con mucha razón
que castigat ridendo mores (corrige las costumbres
riendo).
((**It6.220**)) La
clase de urbanidad constituyó una preciosa regla
de conducta para los que la aprovecharon. Un
distinguido abogado, antiguo alumno nuestro, y
otros con él, nos aseguraron que, al salir del
Oratorio, les bastó el recuerdo de las normas de
buena educación aprendidas en la escuela de don
Bosco, para saber vivir honrosamente en sociedad y
ser considerados como personas corteses y
cumplidas.
(**Es6.173**))
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