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((**Es6.173**) de su hallazgo que fue publicado en los periódicos, tal y como manda la ley. Al no presentarse nadie reclamando el tesoro con suficientes datos de identidad, el Magistrado adjudicó a Silvio su fortuna. Entonces éste fue a ver a un abogado, paisano suyo, que se había establecido ((**It6.219**)) en la ciudad, hombre probo y de su misma edad, y le pidió consejo sobre el destino que debía dar a aquel capital. El abogado le sugirió que buscara a sus hijos, les proveyese de un educador y maestro, para que aprendieran los rudimentos de la gramática, corrigieran los modales rudos y llegaran a ser unos jóvenes modosos, y al mismo tiempo que comprara una finca. Un abogado, un médico, el maestro, el educador, un criado, un aparcero de la granja y los hijos, que el padre vuelve a encontrar después de extrañas aventuras, son los personajes de la comedia. Los dos muchachos, trajeados elegantemente durante el desarrollo de la acción, aparecen sucesivamente sentados en clase con el profesor, jugando en el jardín durante el recreo, comiendo con su padre y los amigos de la familia, reunidos en el salón en tertulia con los notables del pueblo. Uno se indigesta por tragón, el otro es más moderado y más dócil, pero los dos son la rudeza personificada. Mil lindezas de mala índole se suceden una tras otra, como rascarse la cabeza, meter las manos entre los cabellos, caminar con los zapatos en la mano, meterse los dedos en la nariz, no quitarse nunca el sombrero, no emplear el pañuelo, limpiarse el sudor con la manga, caminar arrastrando los pies. La escena de la comida hace reventar de risa. Los sabios consejos del educador van como pegados a cada grosería, ora en prosa ora en verso, acompañados de algún refrán. Los dos alumnos se enojan, barbotan entre ellos y con los criados, pero se sosiegan fácilmente ante los reproches del padre, las observaciones de los amigos, o las buenas maneras del maestro, que dará comienzo a su instrucción religiosa. Prometen aprender las reglas de urbanidad, granjearse muchos amigos, tratando con respeto a todos los que se les acerquen y dando gracias al Señor por haber trocado su condición. Con la invitación a un modesto banquete se cierra la comedia de la que cabe afirmar con mucha razón que castigat ridendo mores (corrige las costumbres riendo). ((**It6.220**)) La clase de urbanidad constituyó una preciosa regla de conducta para los que la aprovecharon. Un distinguido abogado, antiguo alumno nuestro, y otros con él, nos aseguraron que, al salir del Oratorio, les bastó el recuerdo de las normas de buena educación aprendidas en la escuela de don Bosco, para saber vivir honrosamente en sociedad y ser considerados como personas corteses y cumplidas. (**Es6.173**))
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