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canción como quien llega a gozar la belleza de un
consolador oasis en el abrasado desierto.
Servite Domino in laetitia (Servid al Señor con
alegría), era uno de sus cantares preferidos y
esta santa alegría constituía la base de su
edificio social para la segura educación de la
juventud. Enemigo de la tristeza y de los rincones
escondidos quería que los muchachos se
ejercitaran, durante el tiempo de recreo
especialmente, en la gimnasia y en la música, en
las que él mismo tomaba parte y muy gustoso, hasta
para desengañar a los que por un mal entendido
espíritu o por escrúpulo se apartaban de ellas.
-Deseo, decía él, ver a mis muchachos corriendo
y saltando alegremente en el recreo, porque así
estoy seguro de que las cosas marchan bien.
por eso confiaba a los más expertos en aquellos
ejercicios a los apocados y esquivos, para que los
animaran poco a poco a tomar parte alegremente en
las diversiones con los demás.
Al mismo tiempo, como era muy amigo del canto y
de la música, había organizado clases para ello
después de cenar. El mismo había adaptado la
música de canciones populares a diversas coplas
religiosas, y había compuesto un sencillo Tantum
ergo para cantar en las fiestas solemnes en los
primeros tiempos del Oratorio. También yo tuve el
gusto de cantarlo con mis siempre queridos
compañeros de aquel tiempo (1858). Creo que
todavía se guarda en el archivo musical del
Oratorio>>.
Así, pues, se mantenía viva una santa y
continua reciprocidad de afectos entre los alumnos
del Oratorio y don Bosco, no sólo por el buen
ejemplo de sus muchas y grandes virtudes y por
gratitud, sino también porque los muchachos le
tenían por su Superior y padre, que seguía
voluntariamente pobre, exactamente como uno de
ellos. Pobre a imitación de Jesús, don Bosco, lo
mismo que El, tenía predilección por los pobres y
escogía sus discípulos entre los hijos del pueblo.
Es digno de notar el motivo por el cual no
aceptaba a un niño que le recomendaba el barón
Feliciano Ricci.
((**It6.5**))
Benemérito y queridísimo señor Barón:
Me ha causado gran sentimiento la llegada de
Rosso y haber tenido que enviarlo otra vez a su
pueblo.
No es posible encontrarle un puesto, por ahora.
Por otra parte, su madre se presentó tan
elegantemente vestida como para invitarme a
pedirle limosna. Yo no puedo aceptar, entre
muchachos totalmente abandonados, otros, cuyos
padres piden caridad con traje de gala. El segundo
motivo es una sencilla reflexión: la razón por la
que no lo he aceptado es la imposibilidad.
Confío que, por su bondad, querrá perdonarme
que no haya podido cumplir enseguida su caritativo
deseo. Dígnese rogar a Dios por mí, mientras,
invocando la gracia del Señor sobre usted y toda
su familia, me profeso con verdadera gratitud.
De V.S. Benemérita
Turín, 4 de mayo de 1858
Su seguro servidor
JUAN BOSCO, Pbro.(**Es6.17**))
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