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del rostro se reconoce al pensador; el atuendo del
hombre proclama lo que hace, su caminar revela lo
que es>>1.
Por eso don Bosco quería que sus alumnos fueran
juiciosos y que la compostura en todos sus actos,
el garbo, la ingenuidad y un honesto pudor les
merecieran el aprecio y la benevolencia de la
gente. A veces se prestaba él mismo a ocupar la
cátedra del salón de estudio, en lugar del
Prefecto ((**It6.211**)) y más
que sus palabras, era entonces su ejemplo una
continua lección de urbanidad. Porque él era un
modelo del hombre bien educado; prestaba atención
a todos sus gestos y palabras, y no ofendía a
nadie con su mirada, ni el oído de ninguno, pues
trataba a todos con máximo respeto, como enseña
San Pablo: Cui honor, honor (Dése honor a quien lo
merece). No ahorraba ninguna delicadeza con
cuantos iban a visitarle. Los de la nobleza, que
le observaban atentamente, quedaban admirados de
él y más de una vez se les oyó exclamar:
-Pero, dónde aprendió tan exquisita cortesía?
íEs todo un caballero!
Don Pablo Albera oyó repetir mil veces frases
como éstas en Francia, y era ésta una de las
razones, secundaria si se quiere, pero real, por
la que los grandes señores deseaban hospedarlo en
sus palacios. Empleaba la misma cortesía en su
trato con los pobres, en cuya casa no entraba sin
descubrirse la cabeza. Hasta con los alumnos era
de una encantadora delicadeza.
-Quisiera encargarte de tal cosa: ...qué te
parece? -Por favor podrías hacerme este recado?
-Permites que te dé un aviso? -Podrías ayudarme en
este trabajo?
Y no había en sus maneras ninguna afectación,
porque estaban inspiradas en la caridad de Nuestro
Señor, como corresponde a un sacerdote.
Los muchachos se miraban como en un espejo en
los modales de don Bosco, el cual, lo mismo en
público que en privado, no cesaba de corregirles y
darles los avisos oportunos. Veía él en la
cortesía el germen de muchas virtudes, y, en
consecuencia, su habilidad educadora le señalaba
el momento de hablar y el momento de callar.
Advertía a los alumnos que se guardaran de
manifestar la aversión que despiertan las formas
groseras, presuntuosas, demasiado engreídas o
burlonas de algunos; que no contaran jamás al
compañero lo malo que otro había dicho de él; que
prestaran oídos de mercader a cualquier palabra
satírica lanzada; que no insistieran, ((**It6.212**)) aun con
los
1 Eclesiástico, XIX, 29, 30.
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