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Por este motivo salió un día de sus labios una
expresión singular, que oyó don Francisco Cerruti.
Reíanse los clérigos delante de don Bosco de las
exageraciones que se leen en los sermonarios del
siglo diecisiete, y él les decía:
-Y si en aquel siglo eran necesarios ese estilo
y esas figuras para cautivar la atención del
pueblo y hacer el bien a las almas, habría por qué
reír? Yo creo que habría hecho mal, quien hubiese
procedido de otro modo.
((**It6.207**)) Hablaba
en otra ocasión de la necesidad de una diligente
preparación y del orden de la materia a tratar,
antes de subir al púlpito. Y salpicaba su
conversación con hechos graciosos, que demostraban
el triste papel a que se expone el sacerdote
descuidado o inepto en el cumplimiento de este
grave deber.
Quien escribe estas páginas estaba presente
cuando don Bosco contaba:
-Cierto capellán era conocido por su gran
simplicidad. Para retratarlo basta recordar el
método clásico, sobre toda ponderación, que seguía
en la predicación. Subía al púlpito y con los ojos
cerrados y las manos agarradas a la barandilla
hacía el exordio. En cada sermón pasaba revista al
decálogo:
-Mirad, empezaba, seré corto, muy corto. Habéis
de saber que el Evangelio de hoy... (íay con esas
mujeres!... ya sé yo muy bien que vosotras las
mujeres tenéis mucho pico, pero al menos durante
el sermón estad calladas...). Decía, pues, que el
Evangelio de hoy cuenta la multiplicación de los
panes. Por eso, procurad confesaros, porque
también este precepto se puede sacar del Evangelio
de hoy. Comenzad el examen por el primer
mandamiento... (Pero... eh, tú sacristán, agarra
el apagavelas y dale un par de cañazos a aquella
muchacha...) y al hacer el examen de conciencia,
después de mirar el primer mandamiento, pasáis a
reflexionar sobre el segundo... (Pero, es que no
hay modo de que se estén quietos esos chiquillos
del altar mayor?...) Siguiendo nuestro tema, mirad
si habéis cumplido el tercer precepto...
Y por este estilo seguía adelante, recitando,
que no explicando, los diez mandamientos. Decía
que sería corto y, en efecto, lo era, pues nunca
estaba en el púlpito más de diez minutos. Cuando
el pueblo creía que iba a comenzar, ya estaba
bajando. Qué os parece este modelo de oratoria?
Qué frutos puede traer? íIndignación, risas
((**It6.208**)) o
sueño! Y esto es lo que siempre sucede a quien,
por un motivo u otro, sube al púlpito sin
preparación, con gran menoscabo para las almas y
una tremenda responsabilidad ante el tribunal de
Dios.
(**Es6.164**))
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