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((**Es6.163**) del Nuevo Testamento y los recitaran a la letra los jueves por la mañana, en el refectorio, a la hora del desayuno. Esta costumbre empezó en 1853. Cuando don Bosco entró en el refectorio para inaugurarla, todos los clérigos tenían en la mano el volumen de la versión latina de la Biblia y lo habían abierto con los ojos puestos en los primeros renglones del Evangelio de San Mateo. Liber generationis Jesu Christi filii David. (Libro de la genealogía de Jesucristo hijo de David.) Parecía que necesariamente tenía que haber comenzado don Bosco por allí, pero, después de rezar la oración Actiones, dijo: -Evangelio de San Mateo-, capítulo XVI, versículo dieciocho Et ego dico tibi, quia tu es Petrus, et super hanc petram aedificabo Ecclesiam meam, et portae inferi non praevalebunt adversus eam. Et tibi dabo ((**It6.206**)) claves regni coelorum; et quodcumque ligaveris super terram, erit ligatum et in coelis; et quodcumque solveris super terram, erit solutum et in coelis. (Y yo te digo que tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi iglesia y las puertas del infierno no prevalecerán contra ella. A ti te daré las llaves del reino de los cielos; y lo que ates en la tierra quedará atado en los cielos, y lo que desates en la tierra quedará desatado en los cielos.) Después de trazar un breve esquema de la autoridad del Romano Pontífice, señaló para estudiar durante aquella primera semana los diez primeros versículos del Evangelio que tenían en su manos. Durante varios años presidió él mismo esta recitación; daba una breve explicación literal con pocos pero magníficos comentarios y concluía con una máxima que movía al amor de Dios y servía de norma de conducta. Su palabra docta y atrayente gustaba tanto a los clérigos que pasaban la semana deseando que llegara el jueves. Hacia 1857, por causa de las confesiones que debía atender hasta hora muy avanzada, se hizo sustituir por el clérigo Miguel Rúa; en 1863 encargó de ello a don Domingo Ruffino y después sucesivamente a otros, pero él asistía de cuando en cuando a estas reuniones y a veces las presidía. A este ejercicio, que se llamó vulgarmente Testamentino 1, añadía él a veces alguna observación sobre la importancia y la manera de anunciar la palabra de Dios, recomendando sencillez y claridad, apta para impresionar los corazones. La salvación de las almas, solía decir, ha de ser el único fin del predicador. 1 Testamentino: fue la expresión familiar, durante muchos años, para indicar la reunión semanal de los clérigos salesianos, en la que recitaban diez versículos, previamente señalados por el Director de la Casa, y sacados del Nuevo Testamento. (N. del T.). (**Es6.163**))
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