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((**Es6.16**) Para este fin, por disposición divina, estaba dotado por naturaleza de un temple recio, de cuerpo bien formado, aunque algo cargado de hombros, de talla más bien mediana, de complexión fuerte y resistente. Su modo de andar, moderado y sencillo, era el de un hombre pensativo, pero tranquilo, a la buena, tanto que nadie podía imaginar quién era. Más aún, si me es lícita la comparación, diría que su marcha era un poco oscilante a un lado y otro como la del amigo del labrador, el buey, del que pareció tomar la mansedumbre de carácter y la fuerza y constancia en el hacer, siempre igual hasta alcanzar la meta, sin preocuparse de los gruesos troncos que a veces se oponen bajo tierra, ni de ningún otro tropiezo a campo abierto. Pero lo que más llamaba la atención en don Bosco era su mirada, dulce, es verdad, pero penetrante hasta lo más íntimo del corazón, tanto que a duras penas se podía resistir. Por esto, se puede afirmar que con ella atraía, estremecía, aterraba según los casos, y en las vueltas que di ((**It6.3**)) por el mundo no conocí a nadie que más me fascinase con la mirada. En general, sus retratos y cuadros no reproducen este rasgo singular y dan de él la impresión de un hombre bueno. En medio del trastorno de tantas vicisitudes y adversidades humanas, don Bosco era siempre dueño de sí mismo; mantenía su carácter moderadamente alegre y jocoso, y rarísima vez (acaso nunca) le vi pasar los límites de la susceptibilidad, a pesar de su gran sensibilidad de espíritu y de corazón. Todas estas atrayentes prerrogativas juntas, hacían de don Bosco una persona simpática y admirable hasta la veneración para todos los que tuvieron la suerte de tratarlo de cerca y que por afecto se convertían, más que en servidores, en esclavos suyos. Su talante alegre y jovial en medio de sus queridos hijos le abría caminos y le prestaba aliento en sus graves y espinosas empresas; por eso veíasele a veces como sacudirse de un gran peso y desahogábase de improviso con estas palabras: íEa!... íSalga como quiera, con tal que salga bien! Otras veces, con el disgusto que le causaban las habladurías y persecuciones contra su persona y sus obras, llamaba por su nombre al chico, que en aquel momento le estaba más cerca, y le decía así: í Vamos, fulano! Laetare et bene facere e lasciar cantar le passere (Estáte alegre, haz el bien y deja cantar a los gorriones) -Vosotros sois mis queridos pilluelos: íse está m uy b ien en las casas de los señores, donde nada falta; pero allí no estáis vosotros! Don Bosco tenía una gran satisfacción cuando se veía rodeado de sus hijos, que le querían con amor sincero, pues, sin darse ellos cuenta, le arrancaban las punzantes espinas de la vida y tenían el mérito de aliviar y consevar una tan preciosa existencia que, tal vez, sin su eficaz contribución hubiera sucumbido precozmente bajo el peso de tantos sufrimientos. Sin embargo, él era muy cauto en no dejar traslucir a sus queridos amigos ni lo más mínimo de sus angustias y congojas por las innumerables contrariedades que encontraba en su escabrosa misión. Para su alivio había compuesto una alegre cancioncilla cuyo recuerdo se guarda todavía en el Oratorio como preciosa reliquia, así como también se recuerda el coro: íVamos, compañeros.! Me parece estar viendo a don Bosco entre nosotros y oírle todavía: ->>Está Chiapale? -Sí, señor, está. ((**It6.4**)) -Bueno... >>Cantamos nuestra canción?... Empieza. Y él mismo nos acompañaba con su voz dulce y suave, y seguía hasta el fin de l(**Es6.16**))
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