((**Es6.158**)podían
vislumbrar por la buena conducta de una gran parte
de los aprendices. Tanto se extendió la fama de
esta Compañía, que pedían informes de ella desde
diversos talleres e Instituciones del Piamonte, y
más tarde de Italia, y de muchas otras partes del
mundo. Con los nombres de todos ellos podría
hacerse un catálogo sorprendente.
((**It6.199**)) Ha
llegado hasta nosotros una carta de aquel año
escrita por don Bosco al fundador de un centro de
caridad que le pedía un aprendiz.
Carísimo en el Señor:
El turbio panorama político me ha obligado a
demorar un poco la respuesta a su respetable
carta. Diré, pues:
Si se mantiene el mencionado proyecto, yo le
podría enviar uno de mis jóvenes, que no es un
famoso zapatero, pero, sí, capaz de cortar y
confeccionar la pieza de su arte. Tocante a la
conducta, espero que no habrá quejas, a no ser que
cambie en su actual modo de vivir. Haré que saquen
copia del reglamento de esta casa y se la enviaré.
Para la reunión festiva sería menester ((**It6.200**)) que
habláramos; por tanto, si por acaso viene usted a
Turín, haga por pasar un día de fiesta con
nosotros y verá cómo nos las arreglamos in nomine
Domini (en el nombre del Señor). Cuando se llegue
a una conclusión concreta, dígamelo y, si Dominus
dederit, (si Dios quiere) iré a verle.
Si usted prefiere un muchacho sastre, también
se lo podría proporcionar.
Sacerdote. Bendiga el Señor vuestro buen
propósito y que la Santísima Virgen os ayude a
cumplirlo hasta el fin de vuestra vida. Poned
todos empeño en observar el Reglamento de la
Compañía, y estad seguros de que san José os
protegerá durante la vida y especialmente a la
hora de la muerte.
A continuación los postulantes pronunciaban la
siguiente fórmula:
Yo... prometo hacer cuanto pueda para imitar a
san José, esposo de María, la más pura de las
vírgenes; y en consecuencia, huir de los malos
compañeros, evitar las conversaciones obscenas,
animar a los demás a la virtud con la palabra y el
ejemplo. Prometo también observar el Reglamento de
la Compañía. Todo ello espero cumplirlo con la
ayuda del Señor y la protección del Santo.
Después de esta solemne promesa, decían todos
los nuevos socios:
En nuestras necesidades espirituales y
temporales acudiremos con ilimitada confianza al
Santo y le diremos:
Glorioso san José, nuestro protector, os
suplicamos volváis benigno vuestros ojos sobre
nuestras presentes necesidades y nos concedáis los
mejores socorros para la salvación de nuestra
alma. Acordaos, oh purísimo esposo de María Virgen
y dulce protector nuestro san José, de que nunca
se oyó decir que ninguno que haya implorado
vuestra protección y ayuda, no haya sido atendido.
Con esta confianza recurrimos y nos recomendamos
fervorosamente a Vos. No despreciéis nuestras
plegarias, oh Padre putativo del Redentor, antes
recibidlas piadosamente y escuchadlas. Así sea.
Jesús, José y María, os doy el corazón y el
alma mía. Jesús, José y María asistidme a mi
última agonía. Jesús, José y María expire en
vuestros brazos en paz el alma mía.
Los nuevos socios, después de inscribir su
nombre y apellido en el Registro, recibían la
medalla de san José; dirigía el sacerdote una
breve plática moral y terminaba la función con el
salmo: Laudate Dominun omnes gentes. (Alabad al
Señor todas las naciones.)
(**Es6.158**))
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