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Calvario y la Cruz. íCon qué reverencia y
adoración, con qué devoto recogimiento estaban en
su presencia, iban a visitarlo, asistían al santo
Sacrificio y comulgaban! En aquellos sagrados
templos, unos lloraban de gozo, otros lanzaban
ardientes suspiros desde lo hondo de su pecho y
algunos quedaban arrobados en éxtasis. Virgencitas
y niños inocentes cantaban himnos al Divino
Cordero, como los ángeles en la celestial Sión, y
les parecía que tardaba en llegar el dichoso
instante de poder abrazarse con su amado Jesús. Y
con El en el corazón, por amor a El, los veis
marchar heroicamente al encuentro de un glorioso
martirio y dar gracias a Jesús con la sangre y con
su vida, por la sangre y por la vida que El
consumó en la cruz para ellos. Pero íay de mí! Si
desde aquellos cristianos vuelvo la mirada a los
de hoy, íqué espectáculo más distinto se me
ofrece! íQué relajamiento, qué frialdad, qué
negligencia en la mortificación de los sentidos!
Y, si no bastara para inflamar nuestros corazones
todo lo que hizo y ((**It6.189**)) sufrió
por nosotros el divino Salvador, que podrá
encenderlos?...
3. Por último, las oraciones de Jesús por
nosotros deben movernos a demostrar nuestro
agradecimiento con una perfecta contrición. Quién
no tiene que reprocharse alguna falta de respeto
si repasa con el pensamiento su vida pasada?
íCuántas irreverencias en su presencia, cuántas
distracciones! íCuántas comuniones recibidas con
un corazón frío, indiferente, hechas tal vez sólo
por motivos humanos, para no llamar la atención!
íQuién sabe si alguna vez, incluso, no se repitió
la traición de Judas con el sacrilegio! íY Jesús
siempre tan bueno, tan compasivo con nuestra
ruindad! íAh! reflexione cada cual un poco sobre
cómo ha tratado a Jesús y resuelva para el
porvenir encender agradecido en su corazón una fe
viva en reconocimiento a tantas humillaciones como
sufrió por nuestro amor el buen Dios; arder el
corazón de amor al buen Jesús por los daños que
recibe en el Santísimo Sacramento de los hijos
ingratos; excitarnos a un verdadero
arrepentimiento de todos nuestros pecados, en
reconocimiento a las oraciones que ofrece a su
Eterno Padre por nosotros...
Mientras don Bosco animaba de este modo al bien
a los socios del Santísimo Sacramento, veía que
con las Compañías aún no se habían remediado las
necesidades de todas las categorías de alumnos.
Los internos de virtud probada tenían la Compañía
de la Inmaculada, que los ejercitaba en la caridad
espiritual con los compañeros; ya oímos a don
Bosco cómo les proponía afectuosamente por modelo
a san Juan Evangelista, que había merecido por su
inocencia y por su celo recibir bajo su tutela a
la santísima Virgen. Los catequistas, lo mismo
internos que externos, tenían las conferencias
anejas de san Vicente de Paúl, cuya industriosa
caridad él describía. Los estudiantes tenían la
Compañía del Santísimo Sacramento y el Clero
Infantil. La de san Luis debería ser para todos,
internos y externos, pero el gran número de
estudiantes ((**It6.190**))
inscritos en ella, la diferencia de horarios, la
prudente medida de no privar a los muchachos de
parte del recreo en los días festivos, la
diversidad de inclinaciones, instrucción y
amistades, hacían que fueran pocos los aprendices
que a veces intervinieran en las reuniones.
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