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>>Prodigiosos rasgos de la divina Providencia
semejantes a éstos se repitieron después muchas
otras veces en favor del Oratorio y de las otras
casas de la Congregación>>.
Un sábado o víspera de fiesta del año 1860, se
presentó a don Bosco hacia las once de la mañana
el panadero diciéndole bruscamente que, si no le
pagaba inmediatamente, no enviaba el pan para la
cena de aquel día. Y en casa no había más que lo
estrictamente necesario para la comida. No
valieron las buenas palabras ni las promesas para
calmarlo.
Después de comer mandó don Bosco que le bajaran
el sombrero y el manteo. Era la una y media de la
tarde cuando el clérigo Turchi juntamente con
Anfossi y otros compañeros, entre los que estaba
Juan Garino, conversaban en el pórtico junto a la
escalera que conducía al refectorio. De pronto,
apareció don Bosco dispuesto a salir de casa. Se
acercó a los clérigos y les dijo:
-Hacedme un favor, id enseguida a la iglesia y
rezad durante unos veinte minutos ante el
Sagrario, según mi intención. Alternaos de dos en
dos, hasta la hora de ir a clase. Hoy me encuentro
en un gran apuro.
Los clérigos, aunque desconocían el motivo,
cumplieron al punto los deseos de don Bosco, el
cual regresó al Oratorio mientras estaban en
clase.
Nos contaba don Juan Turchi:
-Al atardecer estaba yo ansioso por saber el
resultado de todo aquello, pero como don Bosco
tenía que atender a las confesiones, ni siquiera
fue a cenar con la comunidad ((**It6.178**)) como
solía hacer en las vigilias de las fiestas.
Pregunté al prefecto don Víctor Alasonatti si
sabía algo del resultado de nuestras oraciones, y
me contestó:
-Sí, sí; todo salió bien y ya hablará don Bosco
de ello.
Al día siguiente, después de las oraciones, nos
dijo don Bosco:
-Os agradezco las oraciones de ayer. Tenía que
entregar una gran cantidad de dinero al panadero
Magra, proveedor del Oratorio, el cual protestaba
que no podía seguir suministrando pan, si no se le
pagaba, y yo no tenía dinero ni sabía adónde
acudir para encontrarlo. Mientras vosotros
rezabais en la iglesia, daba yo vueltas por la
ciudad, discurriendo adónde podría dirigirme,
cuando de repente oí la voz de un hombre que me
llamó, me alcanzó y me dijo:
-Don Bosco, iba yo precisamente en su busca por
encargo de mi amo, que está enfermo y desea hablar
con usted.
Me puse en seguida a su disposición y el criado
me acompañó hasta la casa de un buen señor, que
guardaba cama hacía tiempo.
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