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A veces se levantaba de la mesa a toda prisa e
iba él mismo a dirigir las oraciones por lo mucho
que le interesaba la devota recitación de las
mismas. No podía tolerar que los chicos, durante
este tiempo, se apoyaran contra la pared o se
sentaran sobre los talones, como los perritos,
según él decía.
((**It6.173**)) Hubo
quien hizo a don Bosco esta sugerencia:
-No sería mejor que, en lugar de rezar los
muchachos las oraciones en común y en alta voz,
las rezase cada cual en voz baja y así se
acostumbrarían un poco a la oración mental?
Don Bosco respondió:
-Los muchachos son de tal condición que, si no
rezan en alta voz con los demás y se les deja a su
talante, no lo hacen ni vocal ni mentalmente. Por
lo tanto, aun cuando sólo rezaran materialmente y
distraídos, mientras pronuncian las palabras, no
pueden hablar con los compañeros, y las mismas
palabras, que dicen materialmente, sirven para
tener al demonio lejos de ellos.
Insistía también mucho en que, mientras los
muchachos estaban reunidos para las oraciones en
común, nadie estuviese de recreo o conversando o
paseando por el patio o por el pórtico. Quería que
todos los clérigos y sacerdotes fueran a rezar las
oraciones con los muchachos o se retirase a la
iglesia o a su habitación, y el obrar de otro modo
lo consideraba como un escándalo que se debía
evitar a toda costa. Exigía perfecto silencio
después de las oraciones de la noche hasta la
mañana siguiente después de la santa misa. Tenía
este silencio por muy necesario para que los
ánimos, no distraídos, pudieran alcanzar todo el
fruto de la oración.
En cierta ocasión bajaba don Bosco de su
habitación para ir a confesar y se encontró con un
grupo de muchachos estudiantes, que iban a la
iglesia para oír la santa misa. Como vio que
algunos charlaban en voz alta tranquilamente, les
advirtió con una palabra o por señas que callaran.
Uno de ellos no se dio por entendido. Entonces don
Bosco se acercó a él y lo castigó él mismo,
manifestando después su pesar porque los
asistentes no ((**It6.174**)) exigían
el silencio que él había recomendado tantas veces.
Gracias a estos solícitos cuidados, las
oraciones de la comunidad subían gratas al trono
de Dios, cumpliéndose las palabras del profeta
Isaías: <> .
1 Isaías LXV, 23-24.
(**Es6.139**))
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