((**Es6.129**)((**It6.159**)) Lo
mismo que el Oratorio de Puerta Nueva, también el
de Vanchiglia estaba atestado de chicos. Don Bosco
había mandado hacer reparaciones y mejoras en los
pobres cobertizos adaptados a salas, en una de las
cuales había un teatrito que atraía muchedumbres
juveniles a las funciones sagradas y a la
catequesis. Desde Valdocco iban allí directores,
catequistas, maestros, asistentes y entre ellos el
clérigo Cagliero.
Pero el Oratorio de San Francisco de Sales
mantenía siempre la primacía sobre los otros por
el número y la piedad de sus muchachos. El apoyo
que le prestaban nobles señores era recompensado
por don Bosco con señales de vivo afecto, pequeños
regalos y cartitas, que eran recibidas con mucho
agrado. Así el 2 de marzo de 1859 escribía al
caballero Javier Provana de Collegno: <>.
También las escuelas diurnas elementales
estaban bien organizadas en Valdocco. La enseñanza
estaba confiada a don Agustín Zattini, de Brescia.
Este, que era profesor de filosofía, se sometió
con admirable paciencia y humildad, casi por dos
años, al duro trabajo de enseñar el abecedario y
los rudimentos de la gramática italiana a una
numerosa clase de chicos mal educados y a veces
burlones. Como él ignoraba el dialecto piamontés,
eran frecuentes las confusiones.
-Digo pera, exclamaba hablando con los clérigos
del Oratorio, y entienden piedra; digo bara
(ataúd) entienden bastón. Tal era la significación
de aquellas palabras en dialecto.
Don Bosco proporcionaba siempre a sus muchachos
diversiones variadas, pero las excursiones eran
menos frecuentes, especialmente las de un día
entero y muy pronto ((**It6.160**)) se
suspendieron. Desde que tuvo una capilla estable,
exigía que todos asistieran a las funciones
sagradas, porque de lo contrario quedaba
perjudicada la regular instrucción de los sermones
y de la catequesis, y sufría la frecuencia de los
sacramentos. Por esto el Oratorio de Vanchiglia y
el de Puerta Nueva nunca tuvieron las excursiones
generales de todos los muchachos juntos.
Pero había en Valdocco una costumbre que era
preciso respetar, un premio que don Bosco concedía
siempre a los chicos externos. Consistía en un
paseo de media jornada festiva hasta una iglesia
próxima a la ciudad. Si era por la mañana, salían
los muchachos
(**Es6.129**))
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