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valdenses habían abierto en la calle del Arco; e
impidió que centenares, y tal vez millares de
muchachos, se dejaran ganar por la herejía.
Para más atraer a los mayorcitos al Oratorio,
fundó el teólogo Murialdo una escuela de canto por
las noches de los días laborales y encargó de ella
al maestro Elzario Scala; y los muchachos
instruidos en el canto coral llegaron a cantar
misas solemnes en la humilde capilla de san Luis.
Se decidió también a organizar una banda de
música y, después de hablar de ello con don Bosco,
le presentó, para que diera su parecer, un
reglamento, cuyo contenido era el siguiente:
((**It6.158**)) La
escuela de música y de canto, establecida en el
oratorio de san Luis, tiene por fin atraer a los
muchachos al Oratorio para que asistan a él en los
días festivos, se acostumbren a cumplir los
deberes religiosos y tengan una conducta cristiana
y moral.
Quedarán, pues, excluidos de ella los
negligentes en la asistencia a las funciones
religiosas del Oratorio, los que notoriamente
tengan mala conducta o sean causa de graves
desconciertos entre los compañeros y reacios a las
órdenes y a la disciplina establecida.
Para impetrar el auxilio divino sobre esta
obra, se rezarán en común las oraciones de la
noche después de las clases.
Durante las clases se mantendrá silencio y sólo
se podrá dirigir la palabra al maestro. Habrá que
llegar puntuales a la clase y no salir antes de
tiempo sin permiso. No será lícito tomar y tocar
el instrumento de otro sin su permiso. La
infracción de esta norma se castiga con la multa
de una perra chica hasta cuatro.
Por consiguiente cada uno tendrá que aportar un
fondo de veinte perras chicas para la eventualidad
de la multa. Agotado el fondo, no podrá seguir
asistiendo a las clases, si no lo renueva.
El que recibe un instrumento del director de la
banda tiene que abonar mes por mes la cuota
estipulada, de lo contrario se le quitará el
instrumento y no se le devolverá hasta que no se
ponga al corriente de los acuerdos concertados.
El Teólogo, obtenido el consentimiento de don
Bosco, pues en su maravillosa humildad no hacía
nada por su propio arbitrio, junto con el abogado
Bellingeri, compró los instrumentos, sometiéndose
a un notable gasto. Pero deseando que todo
procediera con orden, asistían él y el abogado a
los ensayos, ayudaban al maestro y animaban a los
incipientes músicos. Pero la banda no correspondió
al fin que se proponía, pues ocasionaba más
desórdenes que edificación y hubo que disolverla.
Don Bosco ya no permitió nunca la banda de música
en los Oratorios festivos de Turín, porque le
bastaba la de Valdocco para el servicio musical de
las fiestas. Sólo en sus últimos años, achacoso y
apremiado por las insistencias, cedió a pesar suyo
y dejó hacer.
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