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Francisco Dalmazzo, Pablo Albera y Angel Savio. De
entre los seglares se distinguieron por su celo
verdaderamente admirable, además del abogado
Cayetano Bellingeri ya mencionado, el conde
Francisco de Viancino, justamente aclamado
posteriormente como campeón del laicado católico
piamontés, el abogado Ernesto Murialdo, hermano de
Leonardo, el marqués de Scarampi de Pruney, el
conde de Pensa, y durante algún tiempo el
ingeniero Juan Bautista Ferrante, hombres todos
ellos dotados de gran espíritu de sacrificio,
inflamado de sincera caridad por los muchachos
pobres.
Los trabajos de estos celosos cristianos
resultaron mucho más eficaces cuando se abrieron
en el Oratorio las escuelas diurnas.
Estas escuelas, a las que acudía más de un
centenar de muchachos, en su mayoría rechazados
por las escuelas municipales y tan necesitados de
educación como de pan y vestido, siguieron
haciendo un gran bien, aun después de dejar el
Oratorio el teólogo Leonardo Murialdo, para tomar
la dirección de la Obra Pía de los Artesanitos.
Pero mientras él permaneció al frente del Oratorio
de San Luis, además de preocuparse de mantenerlas
florecientes, socorría de su bolsillo a muchas
familias de los alumnos para que no se dejasen
llevar por la herejía. Su caridad produjo frutos
maravillosos. Este santo sacerdote, como don Bosco
y con él todos los celosos y generosos sacerdotes,
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practicaba la doctrina de san Pablo: Non prius
quod spiritale est, sed quod animale: deinde quod
spiritale. (Mas no es lo espiritual lo que primero
aparece, sino lo natural; luego lo espiritual) 1.
Optimos eran los maestros y entre ellos
recordamos al señor Formica. Este excelente
profesor ayudaba poderosamente a los clérigos y al
Director en los días festivos; asistía a los
chicos y les daba clase de catecismo. Como deseaba
la salvación de las almas, pidió un día consejo a
don Bosco sobre la manera más eficaz para invitar
a los muchachos a confesarse y persuadirlos al
mismo tiempo de lo fácil que era hacerlo bien, Don
Bosco le dio algunas normas y concluyó:
-A los mayores me los traes a Valdocco. Ellos
dirán que no saben confesarse y que por eso no
van. Diles que una buena confesión es lo más
fácil. Basta que me respondan solamente tres
palabras: sí, no, sai nen (no sé); lo demás lo
dirá todo don Bosco y ellos no tendrán ninguna
dificultad ni miedo a enredarse.
De este modo el celo de los maestros hizo
provechosas sus escuelas por unos veinte años,
oponiéndose directamente a las que los
1 1.¦ Cor. XV, 46,
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