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Domine! (íSeñor!). Mirad cómo en seguida lo
llama Señor, reconociéndolo como Rey de reyes,
Señor de los señores, Amo de los amos. Si vis,
potes me mundare. Si quieres, puedes curarme. íVed
qué fe! No va diciendo: si pides a tu Eterno
Padre, Este, por tus oraciones me sanará, no. Sino
que él dice: si Tú lo quieres, yo sanaré.
Al ver que aquel desgraciado tenía el corazón
tan bien dispuesto (porque Jesús quiere el
corazón), resuelto a contentarlo y a premiar su
fe, le dijo:
-Volo, mundare! íLo quiero! íQueda limpio!
No dijo: quiero que te cures, sino quiero y,
después lo mandó: íqueda limpio!; imperativo:
mundare. No había acabado Jesús sus palabras,
cuando las llagas, que formaban como una costra
sobre todo el cuerpo del leproso cayeron como
escamas y su piel quedó instantáneamente blanca
como la nieve. íFiguraos la alegría de aquel
hombre! íQué rendidas gracias no daría a su
libertador!
Jesús, al despedirlo, le dijo:
-Vade, ostende te sacerdoti. Ve y preséntate al
sacerdote para que te vea.
Quería decir con esto: es verdad que yo te he
curado, pero a condición de que te presentes al
sacerdote; de no ser así, seguirás como antes. Es
de saber que en aquellos tiempos los leprosos eran
excomulgados por el sacerdote, es decir separados
del pueblo y obligados a vivir en el campo hasta
quedar curados. Una vez sanos, para poder volver a
sus casas y vivir con sus conciudadanos, tenían
que presentarse antes al sacerdote, el cual,
después de reconocer su curación, podía admitirlos
a vivir con el pueblo.
He aquí, mis queridos muchachos, el sentido de
este hecho. La lepra es el pecado que vuelve tan
asquerosa nuestra alma, que el Señor ya no nos
considera hijos suyos, nos excomulga, nos borra
del número de sus hijos. Es horrible, es
nauseabunda ante Dios el alma que está en pecado.
Qué hace falta para quedar libres de esta lepra:
Ostende te sacerdoti, dice el Señor: Ve, que te
vea, preséntate al sacerdote. Si queremos quedar
curados ((**It6.154**)) del
pecado, quedar limpios de esta asquerosa
enfermedad, debemos acercarnos al sacerdote, que
ha recibido de Dios el poder de limpiarnos de
nuestro pecado. Hubiera podido Jesucristo decir al
leproso: queda limpio, sin añadir que fuera a
presentarse al sacerdote? Sin duda; pero no quiso,
para demostrar que, si bien él podía perdonar sin
que fuéramos al sacerdote, sin embargo, no nos
perdona, si no nos acercamos a él, confesando con
sinceridad nuestros pecados a sus pies. Hay muchos
que van diciendo:
-No necesita el Señor que vayamos a contar
nuestros pecados al confesor para perdonarnos;
puede perdonarnos sin necesidad de esto.
Yo les diría a éstos, si por acaso hubiese
alguno aquí entre los que me escucháis: el Señor
podría muy bien hacer que el grano naciera maduro
y fuera por sí mismo al granero, sin tantos
trabajos para los pobres labradores. Por qué Dios,
que es omnipotente, que ha creado de la nada
cuanto hay en la tierra y en el cielo y ha creado
con una sola palabra tantos cuerpos tan hermosos,
tan grandes, tan magníficos como los que vemos en
el firmamento en la noche serena; por qué, repito,
no podría hacer que el grano naciera maduro y
fuera al granero sin necesidad de la mano del
hombre? Ciertamente podía hacerlo; por qué no lo
hace? Preguntádselo a El; El os lo dirá.
Yo os aseguro entretanto que, si queréis veros
libres del pecado, no tenéis más remedio que la
confesión; y que Dios está dispuesto a perdonaros
cualquier pecado, con tal de que, con corazón
contrito, os confeséis humildemente al confesor,
al sacerdote ministro de Dios.
(**Es6.124**))
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