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((**Es6.124**) Domine! (íSeñor!). Mirad cómo en seguida lo llama Señor, reconociéndolo como Rey de reyes, Señor de los señores, Amo de los amos. Si vis, potes me mundare. Si quieres, puedes curarme. íVed qué fe! No va diciendo: si pides a tu Eterno Padre, Este, por tus oraciones me sanará, no. Sino que él dice: si Tú lo quieres, yo sanaré. Al ver que aquel desgraciado tenía el corazón tan bien dispuesto (porque Jesús quiere el corazón), resuelto a contentarlo y a premiar su fe, le dijo: -Volo, mundare! íLo quiero! íQueda limpio! No dijo: quiero que te cures, sino quiero y, después lo mandó: íqueda limpio!; imperativo: mundare. No había acabado Jesús sus palabras, cuando las llagas, que formaban como una costra sobre todo el cuerpo del leproso cayeron como escamas y su piel quedó instantáneamente blanca como la nieve. íFiguraos la alegría de aquel hombre! íQué rendidas gracias no daría a su libertador! Jesús, al despedirlo, le dijo: -Vade, ostende te sacerdoti. Ve y preséntate al sacerdote para que te vea. Quería decir con esto: es verdad que yo te he curado, pero a condición de que te presentes al sacerdote; de no ser así, seguirás como antes. Es de saber que en aquellos tiempos los leprosos eran excomulgados por el sacerdote, es decir separados del pueblo y obligados a vivir en el campo hasta quedar curados. Una vez sanos, para poder volver a sus casas y vivir con sus conciudadanos, tenían que presentarse antes al sacerdote, el cual, después de reconocer su curación, podía admitirlos a vivir con el pueblo. He aquí, mis queridos muchachos, el sentido de este hecho. La lepra es el pecado que vuelve tan asquerosa nuestra alma, que el Señor ya no nos considera hijos suyos, nos excomulga, nos borra del número de sus hijos. Es horrible, es nauseabunda ante Dios el alma que está en pecado. Qué hace falta para quedar libres de esta lepra: Ostende te sacerdoti, dice el Señor: Ve, que te vea, preséntate al sacerdote. Si queremos quedar curados ((**It6.154**)) del pecado, quedar limpios de esta asquerosa enfermedad, debemos acercarnos al sacerdote, que ha recibido de Dios el poder de limpiarnos de nuestro pecado. Hubiera podido Jesucristo decir al leproso: queda limpio, sin añadir que fuera a presentarse al sacerdote? Sin duda; pero no quiso, para demostrar que, si bien él podía perdonar sin que fuéramos al sacerdote, sin embargo, no nos perdona, si no nos acercamos a él, confesando con sinceridad nuestros pecados a sus pies. Hay muchos que van diciendo: -No necesita el Señor que vayamos a contar nuestros pecados al confesor para perdonarnos; puede perdonarnos sin necesidad de esto. Yo les diría a éstos, si por acaso hubiese alguno aquí entre los que me escucháis: el Señor podría muy bien hacer que el grano naciera maduro y fuera por sí mismo al granero, sin tantos trabajos para los pobres labradores. Por qué Dios, que es omnipotente, que ha creado de la nada cuanto hay en la tierra y en el cielo y ha creado con una sola palabra tantos cuerpos tan hermosos, tan grandes, tan magníficos como los que vemos en el firmamento en la noche serena; por qué, repito, no podría hacer que el grano naciera maduro y fuera al granero sin necesidad de la mano del hombre? Ciertamente podía hacerlo; por qué no lo hace? Preguntádselo a El; El os lo dirá. Yo os aseguro entretanto que, si queréis veros libres del pecado, no tenéis más remedio que la confesión; y que Dios está dispuesto a perdonaros cualquier pecado, con tal de que, con corazón contrito, os confeséis humildemente al confesor, al sacerdote ministro de Dios. (**Es6.124**))
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