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contar a su madre lo que le había sucedido, le
advirtió su madre que no volviera más. Y el pobre
Savio se deshizo en llanto ícuando supo que había
hecho mal! Pero, invitado por segunda vez, se negó
resueltamente. Yo quise mencionar y publicar sólo
la segunda invitación, porque está en el Oratorio
el compañero que le había llevado una vez e
intentó llevarlo otra. Esperaba así haber salvado
a ése de la ((**It6.149**))
vergüenza; creía yo que este individuo reconocería
su yerro y agradecería mi silencio; quiso, en
cambio, pillarme en contradicción, darme un mentís
y causar al compañero una afrenta que no merecía.
Sabed, pues, que por ahorrar un mal papel al
compañero viviente y tapar lo que debía ser para
éste motivo de eterno remordimiento, es decir, el
peligro a que se había expuesto de traicionar a un
amigo, relaté sólo el segundo hecho. El ha querido
descubrirse a sí mismo. Si tiene motivo para
ruborizarse, solamente suya es la culpa. Después
de haber traicionado a su compañero en vida, quiso
hacer lo mismo después de muerto. Entonces se puso
en el peligro de arrebatarle la inocencia, ahora
el honor.
El joven aludido estaba presente. Su confusión
era extrema, pues todos los compañeros tenían los
ojos clavados en él. Pocas veces habló don Bosco
de esta forma, pero es indecible la impresión que
causó en todos.
Cuando hubo terminado, un cuchicheo general
llenó el ambiente de aprobación y, desde aquel
momento cesaron las habladurías. Pero don Bosco
ordenó la reedición de la biografía, añadiendo el
hecho omitido con los comentarios del caso.
En el mes de febrero recibieron los
suscriptores de las Lecturas Católicas la Vida del
Sumo Pontífice San Urbano I, por el sacerdote Juan
Bosco (H). En ella describe el martirio de santa
Cecilia y de sus compañeros, y concluye
demostrando contra los protestantes que la
veneración de las reliquias de los santos y su
invocación son aprobadas por la Sagrada Escritura
y por los milagros obrados por Dios merced a
ellas. Armonía, del veintiséis de febrero,
anunciaba este nuevo número.
Vemos con agrado que las Lecturas Católicas,
publicadas por el sacerdote Juan Bosco, tan
benemérito por su obra en favor de la juventud
cristiana, siguen siempre prosperando con gran
aplauso. Las ((**It6.150**)) Vidas
de los Romanos Pontífices, que se alternan con
otras obritas de gran utilidad, han llegado a la
vida del Sumo Pontífice San Urbano I, que subió a
la cátedra de san Pedro el año 226 de la era
vulgar. No añadimos palabras de alabanza a esta
excelente publicación popular, cuyos méritos todos
conocen.
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