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lombardos, que fueron enviados a Cúneo, donde se
organizaba una división militar, destinada a ser
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por el general Garibaldi. Otros reclutadores se
movían entre la juventud piamontesa, que todavía
no estaba en edad militar, halagándola con la
esperanza de un fácil ascenso a los altos grados
militares y la obtención de honores y gloria.
Precisamente por este motivo corrió don Bosco un
grave riesgo durante aquellos alborotados días.
Había entrado en el Oratorio un mocetón con
desparpajo y buena presencia, so pretexto de ver a
cierto alumno de su pueblo. Se presentaba como
comisario de reclutamiento y logró hablar a
escondidas largo rato con algunos jóvenes,
animándolos a alistarse como voluntarios en el
ejército. Ya habían dado algunos su
consentimiento, cuando don Bosco se enteró. Con su
acostumbrada serenidad pensó bien primeramente qué
convenía hacer, y después, para conjurar el
peligro, lo mismo para él y para la casa que para
los muchachos, actuó de la siguiente manera.
Llamó a su habitación a aquel comisario, el
cual, al darse cuenta de que don Bosco estaba al
tanto de todo, aprovechando su facilidad de
palabra, se introdujo con desenvoltura. Habló del
amor a la patria, de la guerra, de la necesidad de
que se alistaran muchos mozos resueltos y
valientes; afirmó que en el Oratorio había muchos,
capaces y deseosos de ello; que ya tenía cinco
inscritos; que se lo decía sin ambages, pues sabía
cuánto amaba don Bosco a la patria; e iba
espetando sin parar razones y palabras campanudas.
Don Bosco le dejó hablar como una media hora, para
enterarse bien de todo. El comisario, dejándose
llevar por su tema, llegó al extremo de proponer:
-No es mi intención obligar a ninguno, pero si
don Bosco me lo permite, yo hablaría de ello en
público a todos los alumnos reunidos, únicamente
para dar oportunidad a los que deseen formar parte
del ejército.
Al llegar a este punto le interrumpió don Bosco
diciendo:
-Yo amo a la patria de verdad y no quiero
oponerme a nada que pueda serle útil, mas aquí,
para estos jóvenes hay una sola ((**It6.141**))
dificultad, y es que no soy su dueño sino
únicamente su educador. Tienen sus padres o sus
tutores. Ellos me los entregaron y es preciso que
yo se los devuelva: Pero el asunto tiene perfecto
arreglo: yo devuelvo a sus propios padres a los
jóvenes reclutas de que me habló y, desde sus
casas, podrán ponerse en relación con usted, y
hasta partir para la guerra, si así lo desean sus
padres.
-No diga eso, don Bosco; sus padres y sus
madres no querrán o
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