((**Es6.112**)
El general de artillería Leopoldo Valfré di
Bonzo, uno de los más altos empleados del
Ministerio de la Guerra, recibió a don Bosco con
la mayor cortesía. Contó el siervo de Dios su caso
y le rogó le sugiriera, si era posible librar a
sus clérigos en aquella situación o, al menos, no
permitir que fueran alejados de Turín.
-Si estuviéramos en tiempo de paz, respondió
amablemente el general, borraría a sus clérigos de
la lista de reclutas de un simple plumazo; pero,
siendo inminente la guerra, no puedo hacerlo. Le
aseguro, sin embargo, que sus clérigos no serán
enviados a la línea de fuego, sino que los
destinaré a una oficina del arsenal en Turín, como
agregados al Estado Mayor. Con todo me parece
oportuno que se presente al Ministro de Asuntos
Eclesiásticos, de Gracia y Justicia quien, mejor
que yo, podría darle un consejo adecuado en este
asunto que es de su competencia.
Don Bosco fue entonces al Ministerio de Gracia
y Justicia. Era Ministro Guardasellos 1 el conde
Juan de Foresta abogado y Senador del Reino, que
había dado muchas veces ((**It6.138**)) motivo
a las quejas de los Obispos y del Sumo Pontífice.
Don Bosco pidió audiencia y la obtuvo casi
inmediatamente. El Ministro lo recibió muy bien,
se alegró de que se le ofreciera la ocasión de
conocerlo personalmente, admiró y aprobó el bien
que hacía educando a tantos pobres jovencitos y
concluyó:
-En qué puedo servirle?
Don Bosco, que había temido un recibimiento muy
diverso, al oír estas palabras se sintió aliviado
y dijo:
-Excelencia, me encuentro en un gran apuro y
necesito su ayuda: tengo dos clérigos, que formé y
eduqué para que me asistiesen en mis obras, y hace
seis o siete años que trabajan conmigo. La Curia
no los incluyó en la lista de los que tienen
derecho a quedar exentos del servicio militar y
ésta ya fue presentada al Ministerio. Si mis
clérigos parten para la guerra, me quedo privado
de su ayuda para la asistencia de varios
centenares de muchachos. Me dicen que es difícil
hallar un medio para conseguir su exención y por
eso suplico encarecidamente a Su Excelencia me
ayude en tan angustioso trance.
-Me gustaría mucho podérselos salvar... Vamos a
ver qué se puede hacer.
Tiró del cordón de la campanilla, apareció un
ujier y le ordenó:
1 El Ministro Guardasellos era quien ponía el
sello del Estado a los documentos públicos. (N.
del T.)
(**Es6.112**))
<Anterior: 6. 111><Siguiente: 6. 113>