((**Es6.109**)
las provincias italianas y a cerrar las filas de
la revolución. Algunos gobiernos readmitieron
ingenuamente en puestos delicados e importantes
del Estado a liberales convictos de haber
conjurado contra ellos mismos, creyendo que no
volverían a traicionarlos. Y así preparaban su
propia ruina. El soldado Agesilao Milano intentó
matar de un bayonetazo a Fernando II, y algunas
bandas armadas desembarcaron en las costas del
reino de Nápoles; pero tuvieron mala suerte.
Finalmente, la explosión de las bombas Orsini
determinó a Napoleón a obedecer a las imposiciones
de los jefes de las sectas; y en el verano de
1858, de acuerdo con Cavour, a quien invitó al
balneario de PlombiŠres, se estableció verbalmente
la Unidad de Italia, bajo la monarquía de Saboya,
la usurpación de la Santa Sede relegando al Papa a
la ciudad de Roma, con un pequeño estado, y la
cesión a Francia de Niza y Saboya, como
compensación de la ayuda prestada por el ejército
imperial a los piamonteses.
Estas disposiciones se guardaban con el mayor
secreto, hasta que Napoleón III, en su discurso al
cuerpo diplomático, el día primero del año 1859,
dirigiéndose al embajador de Austria le dijo:
-Me duele ((**It6.134**)) que
nuestras relaciones con vuestro Gobierno no sean
tan buenas como en el pasado.
Y todos entendieron que la guerra estaba
próxima.
Como un eco de Napoleón, decía el rey Víctor
Manuel el 10 de enero, al inaugurarse las sesiones
del Parlamento:
-El horizonte del nuevo año no está
completamente sereno... y no somos insensibles al
grito de dolor que nos llega desde muchas partes
de Italia...
El 18 de enero Cavour y Lamármora en nombre del
rey, el príncipe Napoleón y el general Niel en
nombre del Emperador, firmaban en Turín un tratado
de alianza defensiva entre Francia y Piamonte. El
17 de febrero votaban las cámaras un empréstito de
cincuenta millones para la defensa nacional, y
eran llamados a filas los nuevos reclutas.
Entre éstos debieron haberse alistado los
clérigos Cagliero y Francesia, inscritos de la
quinta de 1858, de no haber encontrado don Bosco
la manera de salvarlos.
La ley de 1854 concedía derecho a las Curias
Episcopales para presentar al Gobierno cada año la
lista de los seminaristas que debían quedar libres
del servicio militar, es decir, uno por cada
veinte mil diocesanos. El clérigo Cagliero se
presentó a la de Turín para notificar que él y
Francesia no debían quedar excluidos de aquella
exención; y el Rector del Seminario, el canónigo
Vogliotti, le aseguró
(**Es6.109**))
<Anterior: 6. 108><Siguiente: 6. 110>