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muy corto de vista, al que acompañaba de visita
por la casa. Era Nicolás Tommaseo, el cual seguía
a don Bosco, mientras le decía:
>>-Mi querido don Bosco, me place poderle decir
que usted encontró un estilo fácil, la forma
verdadera para explicar al pueblo sus ideas de
modo que las entienda. Es más, usted ha sabido
vulgarizar las materias más difíciles.
>>En cuanto don Bosco me vio, me llamó y me
presentó a aquel señor, diciéndole mi nombre y
profesión. Lo cual no me extrañó, porque en 1853,
volvía yo un día con él a casa, nos encontramos
con Silvio Péllico, y don Bosco, antes de empezar
la conversación, que fue bastante larga, me
presentó con palabras muy elogiosas, al autor de
Mis Prisiones. Solía usar estas atenciones no sólo
conmigo, sino con todos sus hijos adoptivos: era
su costumbre presentarlos, siempre que estaban con
él, a ((**It5.119**))
cualquier personaje que se le acercase, con lo
cual manifestaba la respetuosa deferencia que les
tenía. Y conste que durante el tiempo que yo
estuve en el Oratorio, pasaron por él numerosos
personajes eminentes y escritores famosos, que
iban a Valdocco para visitar el Oratorio y a aquel
hombre de caridad>>.
Entre estas visitas fue agradabilísima para don
Bosco la del seminarista Emiliano Manacorda, con
el que contrajo una gran amistad.
Este clérigo fue al Oratorio decidido a quedarse
con don Bosco. Estuvo paseando con él por el patio
de la casa, pidiéndole consejo, ya que no le era
demasiado agradable la vida del Seminario y su
natural inclinación parecía llevarle a una
actividad mayor y un ejercicio más fuerte de las
prácticas religiosas. Don Bosco, que tanta
necesidad tenía de clérigos, le escuchó
bondadosamente, le persuadió para que volviera al
Seminario y quedaron en que, cuando terminara los
estudios teológicos, entonces se vería cuál era la
resolución que debía tomar.
Durante los años siguientes volvía de vez en
cuando el seminarista Manacorda a visitar a don
Bosco, y le exponía su idea de ir a las misiones
de infieles; pero, parece que don Bosco no
aprobaba aquella inclinación. Una vez ordenado
sacerdote, fue Manacorda hacia 1863 al Oratorio,
donde vivió unos seis meses y luego pasó a Roma,
aconsejado por don Bosco, para seguir la carrera
diplomática. Durante el tiempo que permaneció en
el Oratorio, estudió a don Bosco con tanta
atención que quedó prendado de sus heroicas
virtudes. Monseñor primero y luego Obispo de
Fossano, fue su mejor testimonio y propagandista.
El cuidado de los apestados, no impidió a don
Bosco preparar los
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