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-Sí, contestó; te lo diré la víspera de tu
consagración.
Y fue por la tarde de aquel día cuando don
Bosco, paseando a solas con monseñor Cagliero en
su habitación, le dijo:
->>Recuerdas aquella grave enfermedad que
pasaste cuando eras joven y al empezar tus
estudios?
-Sí señor, me acuerdo, respondió Cagliero, y me
acuerdo de que usted fue a administrarme los
últimos sacramentos y no lo hizo; me dijo que
curaría y que, con el breviario bajo el brazo,
iría lejos, lejos, a trabajar en el sagrado
ministerio sacerdotal... Y no me dijo nada más.
-Pues bien, agregó don Bosco, escucha.
Y le contó, con pelos y señales, las dos
visiones. Monseñor Cagliero, después de oírlo
todo, rogó a don Bosco que aquella ((**It5.113**)) misma
tarde contara durante la cena a todos los hermanos
del Consejo Superior aquellas visiones. Y como don
Bosco no sabía negarse, sobre todo cuando se
trataba de la gloria de Dios y el bien de las
almas, condescendió y contó, ante todo el Consejo,
lo mismo que acabamos de narrar. Nosotros
escribimos estas páginas aquella misma noche, al
dictado de monseñor Cagliero.
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