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parecía imposible que uno de sus alumnos pudiera
ser elegido para un obispado. Tanto más cuanto
que, entonces, ni siquiera se tenía la idea de las
misiones. Pero la misma improbabilidad de tal
suceso mantuvo vivo el recuerdo de la predicción y
hasta el amor propio de alguno, que durante mucho
tiempo vivió con la ilusión de ser él el señalado.
Estaban presentes y oyeron las palabras de don
Bosco los clérigos Turchi, Reviglio, Cagliero,
Francesia, Anfossi y Rúa. Todos ellos oyeron
repetir a don Bosco:
->>Quién diría nunca que uno de vosotros
llegara a ser obispo?
Y dijo aún muchas veces:
-Vamos a ver si don Bosco se equivoca. Veo
entre vosotros una mitra y no será la única: pero
ya hay aquí una.
Y los clérigos intentaban entre broma y broma
con don Bosco, adivinar quién de los clérigos de
entonces llegaría a obispo. Pero don Bosco sonreía
y callaba. Alguna vez parece que dejó entrever
algo de su secreto.
Cuenta monseñor Cagliero:
<>-Don Bosco, déme la mano, verá cómo soy capaz
de ayudarle a subir la escalera.
>>Y él me dio paternalmente la mano, mas al
llegar al último descansillo vi que ((**It5.112**))
intentaba besar mi derecha. La retiré enseguida,
pero no llegué a tiempo. Entonces le pregunté:
>>->>Qué ha pretendido usted hacer con esto,
humillarse o humillarme?
>>-Ni lo uno ni lo otro, me contestó; a su
tiempo sabrás el porqué>>.
En 1883 le daba a Cagliero un indicio más
claro, puesto que, al salir para Francia, después
de hacer testamento y dar unos recuerdos a cada
miembro del Consejo Superior, a él le entregó una
cajita sellada, y le dijo:
-Esto es para ti.
Y partió. Poco tiempo después, Cagliero, movido
por la curiosidad, abrió la cajita y se encontró
dentro un anillo precioso.
Finalmente, cuando en octubre de 1884, fue
elegido Cagliero obispo titular de Magido, pidió
éste a don Bosco que revelase el secreto de
treinta años atrás, cuando había dicho que uno de
su clérigos llegaría a obispo.
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