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Cagliero que lo oía todo, dijo a su madre:
->>Ha oído usted, madre? Usted me hace la
sotana y don Bosco me la impondrá.
-Sí, sí, exclamó la madre llorando: ípobre hijo
mío! Te pondrán la sotana, pero no quiera Dios que
sea distinta de la que tú deseas.
Don Bosco procuró tranquilizarla, asegurándole
que vería a su hijo vestido de clérigo, pero ella
seguía rezongando:
-Te pondrán una sotana cualquiera, cuando te
metan en el ataúd.
El hijo, siempre alegre, hablaba con todos los
que iban a verle de la sotana que pronto le
impondrían. La verdad es que quiso Dios que se
repusiera, y su madre se lo llevó al pueblo. Había
enflaquecido tanto, que parecía un esqueleto;
estaba sin fuerzas; le costaba sostenerse en pie y
caminaba apoyándose en un bastón; daba lástima
verlo. Pero no dejaba de insistir a su madre que
le preparara el equipo de clérigo, hasta que la
buena mujer se decidió ((**It5.109**)) a
contentarle. La gente, al verla afanada en
aquellos menesteres, le decía:
->>Qué hace, Teresa?
-Preparo la sotana para mi hijo.
-Pero si está medio muerto, no se tiene
derecho...
-Es él quien lo quiere.
Don Bosco respondía el siete de octubre a una
de sus cartas y le decía:
<>Saluda a tus parientes; rezad todos por mí y
que el Señor os bendiga y os ayude. Créeme tu
afmo. J. Bosco>>.
Se iba acercando el día de ir a Turín para la
toma de hábito. Sus amigos y parientes trataban de
disuadirlo, viéndolo aún debilucho, y decíanle que
dejase la sotana para más adelante. Pero él
contestaba:
-Ni hablar. Tengo que vestir ahora la sotana,
porque me lo ha dicho don Bosco.
Otros le hacían notar que todavía era muy
joven, pues debía terminar el último curso de
bachiller; pero él respondía:
-No importa, me lo ha dicho don Bosco.
Coincidía el día de su vuelta al Oratorio con
la boda de su hermano, que andaba tras él,
rogándole se quedara para asistir al festejo. Juan
replicó:
-Tú toma a la que tú quieres, y yo tomo la que
yo quiero: o sea, la sotana.
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