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con dolores tan fuertes que se dejó caer por
tierra como un muerto.
Entonces, los dos piadosos portadores hicieron una
especie de silla con sus brazos y lo llevaron así
por un buen trecho.
->>Adónde me llevan?, preguntaba el infeliz.
-Aquí cerca, a casa de un amigo mío, una casa
de salud donde podrás curarte, le decía don Bosco.
No decía al lazareto, porque sólo el nombre le
habría asustado.
Entre tanto, y mientras caminaban, se le cayó
el melón que aún llevaba en las manos y quería que
sus portadores se pararan a recogerlo: don Bosco
le dio el gusto; pero Tomatis, que vio a su
Superior demasiado cansado, se cargó al enfermo a
las espaldas, ya que resultaba una carga ligera
para él, que era muy fuerte. Don Bosco iba detrás,
sosteniendo al pobrecito, para que no fuera tan
incómodo. De ((**It5.100**)) tal
guisa llegaron al lazareto, donde los enfermeros,
al ver la gravedad del caso, prepararon enseguida
un baño de agua caliente. Mientras tanto, don
Bosco invitó al joven a confesarse, para
prepararlo a morir, y el pobrecito se confesó como
pudo, pero con verdaderas muestras de dolor.
Inmediatamente después empezó a delirar, hablando
de su melón y de ocho cuartos que llevaba
escondidos en el bolsillo. Temía que cualquier
ladrón se los robara.
Preguntóle don Bosco si quería que él se los
guardase, y el mozalbete se tranquilizó y le
entregó su pequeño tesoro, diciéndole:
-Guárdemelos, para cuando sane.
Llegó el médico, lo metieron en el baño y le
hicieron las friegas para que sudara. Todo fue
inútil: al mediodía dejaba de existir.
El cólera invasor exigía continuamente nuevos
sacrificios de caridad espiritual y material, y
don Bosco a duras penas podía atender a tantas
necesidades. Sucedió más de una vez que los
muchachos que se habían apuntado para enfermeros,
estaban todos al mismo tiempo atendiendo a los
coléricos y no quedaban en casa más que los más
pequeños, los más débiles y también los más
tímidos. Y sin embargo, don Bosco necesitaba
algunos que le acompañaran o que fueran a donde
habían llamado con urgencia. Una mañana tenía que
ir al lazareto para administrar la extremaunción;
pero convenía que alguien le sostuviera los vasos
sagrados, mientras él administraba el sacramento.
Ninguno de los muchachos que había en casa se
atrevía a acompañarlo. Después de negarse algunos,
invitó don Bosco a Juan Cagliero, que estaba
jugando con los compañeros.
->>Quieres venir conmigo?
-Vamos, respondió resueltamente Cagliero.
Y se pusieron en marcha. Al llegar al lazareto,
Cagliero ((**It5.101**))(**Es5.83**))
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