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miedo a la enfermedad y a la muerte, sino también
a las amenazas de ciertas gentes. Porque es de
notar que los lazaretos, aun cuando muy
acertadamente se establecían en los arrabales, sin
embargo, eran mal vistos y hasta aborrecidos por
los enfermos y por los vecinos. Los enfermos
tenían el prejuicio de que allí se morían antes y
hasta se les hacía morir, con la agüita
(<>); los vecinos temían y no sin razón,
que los lazaretos corrompían fácilmente el
ambiente y ponían en peligro su vida. Por lo
mismo, al no haber podido impedir que se
establecieran allí, algunos se propusieron
hacerlos cerrar o inutilizarlos por los medios más
viles e ilegítimos. En el barrio de San Donato, y
en algún otro sitio, una turba de golfillos del
vecindario se propuso atemorizar a cuantos se
presentaban para atender a los enfermos allí
recogidos, creyendo que así no llevarían más, al
no tener quién los atendiera y curara. Con tal
fin, empezaron aquellos malvados por amenazar,
siguieron pegando y apedreando, con lo que
resultaba que, para ir al lazareto o salir de él,
sobre todo de noche, hubo que hacerse escoltar por
la policía durante algún tiempo. Precisamente una
de las primeras noches, dos de los nuestros, uno
el clérigo Miguel Rúa, lo pasaron bastante mal.
Salieron del lazareto, y al llegar a una oscura
bajada, ya derecho hacia el Oratorio, oyeron un
violento bullicio de voces y silbidos, mezclados
con gritos de dales, dales. Y no acabó ahí. Porque
los locos, agarrando piedras, que abundaban por
aquel lugar, tiraron contra ellos ((**It5.96**)) una tan
gran cantidad que, a no ser por la ligereza de sus
piernas y la fortuna de encontrarse con dos
guardias del fielato, hubieran sido alcanzados y
malparados. Don Bosco fue apedreado varias veces.
A pesar de tan inhumana acogida, siguieron
yendo al lazareto, mientras fue necesario. A
continuación se fue calmando la ira del vecindario
y sólo quedó la admiración de toda la ciudad.
En cambio, fue muy difícil quitar de la cabeza
a los enfermos la obsesión del veneno. No podemos
pasar por alto algunos hechos, muy significativos
y graciosos.
Había en la casa Moretta un hombre atacado por
el cólera. El infeliz, creyendo que su enfermedad
era obra de gente perversa, que la había propagado
llevando consigo la agüita de marras, colocó un
arma de fuego cargada junto a la cama, prohibiendo
que entrase en su habitación quien no fuera de la
familia. Amenazaba con disparar contra cualquier
forastero. Efectivamente, presentóse un sacerdote
con idea de consolarlo, pero tuvo que retirarse,
al ver que el enfermo agarraba su arma.(**Es5.80**))
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