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enemigo animado por el espanto del adversario,
pasaba de pueblo en pueblo, de ciudad en ciudad,
segando a su paso innumerables víctimas. No
respetaba ni los lugares más saludables, como
colinas y montañas. El 30 de julio salvaba los
Apeninos, llegaba al territorio de Turín y
empezaba en los primeros días de agosto a hacer
sus víctimas por los arrabales. La Casa Real
entera, invitada por el conde Cays, se trasladaba
a su castillo de Caselette, edificado en un fresco
altozano al pie de los Alpes y allí permaneció al
seguro durante tres meses.
Apenas se declaró el peligro de tan gran
mortandad, el Ayuntamiento dio al pueblo entero un
alto ejemplo de piedad. El Alcalde Notta, tras de
tomar todas las medidas sanitarias para la
asistencia y cuidado de los enfermos y de impartir
las órdenes oportunas, quiso se implorase el
socorro de la Reina de los Cielos, cuyo valioso
patrocinio se había conseguido en otros apuros
semejantes. Encargó, pues, una función religiosa
en el Santuario de Nuestra Señora de la
Consolación, en la que participó, en la mañana del
3 de agosto, una notable representación del
Concejo Municipal junto a una inmensa muchedumbre
de fieles. El mismo Alcalde lo ponía en
conocimiento de la autoridad eclesiástica por
carta, en la que se leían estas palabras:
<>.
((**It5.80**)) Y la
Santísima Virgen no desoyó aquellos ruegos, ya
que, en contra de lo que se temía, la terrible
enfermedad hizo muchos menos estragos en Turín,
que en muchas otras ciudades y pueblos de Europa,
de Italia y aún del Piamonte.
A pesar de todo, los casos pasaron de uno a
diez, a veinte, a treinta y hasta a cincuenta y
sesenta por día. Del 1.° de agosto hasta el 21 de
noviembre se dieron en la ciudad y en sus
arrabales casi 2.500 casos, de los que 1.400
fueron mortales. La zona más castigada fue la de
Valdocco, donde, sólo en la parroquia de Borgo
Dora, se contaron 800 enfermos en un mes y 500
muertos. Junto al Oratorio hubo familias que
quedaron no solamente diezmadas, sino
exterminadas. Entre la casa Bellezza, la posada
del Corazón de Oro, casa Filippi y casa Moretta, a
pocos metros del Oratorio, murieron en poquísimo
tiempo más de cuarenta, según nos contaba el
solícito enfermero Tomatis. Y lo mismo sucedió en
otros lugares del Parque Real y de
Bértola.(**Es5.69**))
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