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Aumentó la alegría de los muchachos con los
regalos que don Bosco les había traído de Roma.
Dio a cada uno un librito titulado Nuovo pensateci
bene, (Un nuevo pensáoslo bien); y a los
encuadernadores de las Lecturas Católicas, las
quince medallas que les enviaba Pío IX; y fue
repartiendo a todos unos crucifijos pequeños,
regalo del Papa, que tenían concedida la
indulgencia plenaria en punto de muerte, sólo con
besarlo y pronunciar el nombre de Jesús. A los
cantores les llevaba música romana, que le había
encargado por carta José Buzzetti.
Aquella noche y las sucesivas fue
explicándoles, con expresiones del más tierno
reconocimiento, la bondad con que había sido
recibido por el Papa, los insignes favores
espirituales que le había otorgado, el recuerdo de
la presencia de Dios que les recordaba en su
nombre y anunciaba los escudos de oro que el Papa
les mandaba para una merienda a todos los jóvenes
de los tres Oratorios festivos, noticia que fue
recibida con estrepitosos aplausos. Contaba luego
a sus alumnos todo lo que convenía que supiesen de
lo que había hecho y visto en Roma o le había
sucedido. Con alguno de los miembros del diminuto
grupo de su asociación fue más expansivo y les
enseñó las notas puestas por Pío IX a las Reglas.
Y ya se había dado prisa para entregar a don
José Cafasso el Rescripto que tanto deseaba. Pío
IX lo había firmado el día siete de abril,
concediendo a don José Cafasso la facultad de
comunicar y hacer extensiva aquella indulgencia a
un número no pequeño, pero determinado de
personas. En este número estaban incluidos los
eclesiásticos ((**It5.925**)) que
aquel año estudiaron moral en la Residencia
Eclesiástica de San Francisco en Turín.
Don José Cafasso, fuera de sí por la
satisfacción de haber alcanzado tan grande gracia,
el diecinueve de abril por la tarde, en vez de la
clase de costumbre, habló sobre la indulgencia
conseguida, explicando a sus alumnos la diferencia
entre ésta y otras indulgencias concedidas in
artículo mortis y las ventajas de la misma. Tenía
en sus manos el Rescripto y, estrechándolo con un
afecto que brotaba del corazón, recomendaba a los
residentes que tuvieran presentes sus
observaciones, tomaran buena nota y tuvieran muy
en cuenta el favor alcanzado, si no querían verse
privados de él a la hora de la muerte.
También don Bosco dirigió a sus muchachos
internos una exhortación semejante y escribía por
su propia mano las siguientes líneas, que se
conservan, y que hacía dictar en las clases y en
el estudio, para que todos guardaran copia:
(**Es5.656**))
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