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Procedente de Constantinopla llegué yo a
Civittavecchia en un buque francés: al atardecer,
subieron a bordo muchos pasajeros, entre los
cuales había varios sacerdotes que conocí, eran
piamonteses por la forma de su sombrero. Vi a dos
que me parecieron más tratables: no atreviéndome a
dirigir la palabra al mayor, me acerqué al más
joven (era don Miguel Rúa) preguntándole quién era
su compañero, de aspecto tan venerable y
simpático: me dijo que era don Bosco, a quien yo
conocía de fama, pero no de vista. Entonces me
aproximé para besarle la mano, pero él la retiró
enseguida, privándome de aquel honor y aquel
gusto. Charlamos luego de muchas cosas, como suele
suceder en estos encuentros entre paisanos. Llegó
en tanto la noche y los pasajeros se iban
retirando a sus camarotes. Don Bosco, ya fuera
porque no tenía plazxa en los camarotes, ya fuera
porque se mareaba, lo cierto es que se acostó
sobre el desnudo suelo de cubierta, junto a la
barandilla de la nave, que ya estaba en marcha. Me
dio pena y le ofrecí mi camarote y mi litera; pero
no quiso aceptarlo y me lo agradeció vivamente. No
me resignaba a dejar a aquel buen sacerdote
durmiendo ((**It5.923**)) sobre
el suelo de cubierta; fui pues, al camarote, tomé
mi colchón, se lo llevé y tuve que luchar bastante
hasta conseguir que lo aceptase.
Este feliz encuentro me proporcionó la amistad
con don Bosco, sacerdote modelo, y conocí
personalmente lo que de él contaba la fama en la
capital musulmana: era admirado por su abnegación
y sencillez.
MATEO ABRATE,
Sacerdote
Capellán beneficiado en Carignano
Las olas estuvieron tranquilas esta vez y el
tiempo fue bueno, de suerte que don Bosco pudo
bajar en Livorno y visitar a algunos amigos y
diversas iglesias. Reemprendió el viaje al
anochecer. Don Miguel Rúa recuerda que la nave
llegó a Génova al amanecer de una espléndida
aurora que iluminaba el magnífico panorama de la
bella ciudad. En cuanto don Bosco puso pie en
tierra se dirigió al Colegio de los Artesanitos,
donde le aguardaban el padre Montebruno y el señor
José Canale; y por la tarde tomaba el tren. Al
atravesar la ciudad experimentó una gran sorpresa.
Oyó el toque de las campanas del ángelus, y vio
que muchas personas se quitaban el sombrero en
plena calle y en las plazas y que los faquines se
levantaban de los bancos para rezarlo. Más
adelante describía muchas veces este espectáculo
para edificación de sus alumnos.
Llegó a Turín el dieciséis de abril. Fue
recibido por los alumnos con tal alborozo y cariño
que ningún padre podría augurarse un recibimiento
mayor de sus propios hijos.
El diecisiete de abril permaneció en casa para
informarse de los asuntos que le tenía reservados
don Víctor Alasonatti y confesó toda la tarde y a
la mañana siguiente a muchísimos muchachos
internos y externos. El dieciocho, domingo segundo
después de Pascua, ((**It5.924**)) se
celebró su llegada a Valdocco en la iglesia, en el
comedor, y en el patio: hubo música, poesías y un
himno compuesto para aquella ocasión.
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