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por la devoción a María Santísima, las reliquias
de santos o los recuerdos de triunfos de la fe.
Fue a la ((**It5.919**))
basílica de los Santos Apóstoles, a Santa Inés
extramuros y a San Ignacio, donde se postró ante
el espléndido altar mayor donde yacen los
venerados despojos de San Luis Gonzaga.
Sus últimas visitas fueron a la Confesión de
San Pedro y a las Catacumbas. Después de rezar en
la Basílica de San Sebastián y ver dos de las
flechas que hirieron al Santo Tribuno y la columna
a la que fue atado, bajó a las sagradas galerías
que guardaron los huesos de miles y miles de
mártires, donde San Felipe Neri pasó muchas noches
en fervorosa oración. Fue luego a las catacumbas
de San Calixto. Allí le esperaba probablemente el
caballero Juan Bautista De-Rossi, descubridor de
aquellas catacumbas y al que le había presentado
monseñor de San Marzano.
El que penetra en aquellos santos lugares
experimenta una emoción que dura toda la vida. Don
Bosco iba absorto en santos y dulcísimos
pensamientos mientras recorría aquellos
subterráneos, donde los primeros cristianos, con
la asistencia al Santo Sacrificio, con las
oraciones en común, con el canto de los salmos y
de las profecías, con la sagrada comunión y
escuchando la palabra de los Obispos y de los
Papas, habían encontrado la fuerza necesaria para
el martirio que los aguardaba. Es imposible
contemplar con ojos serenos aquellos nichos que
encerraron los cuerpos sanguinolentos o abrasados
de tantos y tantos héroes de la fe, las tumbas de
hasta catorce papas que dieron su vida para
confirmar lo que enseñaban y la cripta de Santa
Cecilia. Don Bosco observaba los muchísimos
frescos antiguos que simbolizan a Nuestro Señor
Jesucristo y la Eucaristía; las queridas imágenes
que representan los desposorios de María Santísima
con San José, la Asunción de María al cielo y
otras de la Madre de Dios con el Niño en brazos o
sobre las rodillas. Le encantaba el sentimiento de
modestia que brilla en estas imágenes, en las que
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cristiano primitivo supo reproducir la
incomparable belleza del alma y el altísimo ideal
de la perfección moral que se debe atribuir a la
Virgen Santísima.
No faltaban otras figuras de santos y de
mártires.
Salió don Bosco de las Catacumbas, donde había
entrado a las ocho de la mañana, a las seis de la
tarde. Tan sólo había tomado una ligera refección
con los religiosos que las custodian.
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