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((**Es5.653**) por la devoción a María Santísima, las reliquias de santos o los recuerdos de triunfos de la fe. Fue a la ((**It5.919**)) basílica de los Santos Apóstoles, a Santa Inés extramuros y a San Ignacio, donde se postró ante el espléndido altar mayor donde yacen los venerados despojos de San Luis Gonzaga. Sus últimas visitas fueron a la Confesión de San Pedro y a las Catacumbas. Después de rezar en la Basílica de San Sebastián y ver dos de las flechas que hirieron al Santo Tribuno y la columna a la que fue atado, bajó a las sagradas galerías que guardaron los huesos de miles y miles de mártires, donde San Felipe Neri pasó muchas noches en fervorosa oración. Fue luego a las catacumbas de San Calixto. Allí le esperaba probablemente el caballero Juan Bautista De-Rossi, descubridor de aquellas catacumbas y al que le había presentado monseñor de San Marzano. El que penetra en aquellos santos lugares experimenta una emoción que dura toda la vida. Don Bosco iba absorto en santos y dulcísimos pensamientos mientras recorría aquellos subterráneos, donde los primeros cristianos, con la asistencia al Santo Sacrificio, con las oraciones en común, con el canto de los salmos y de las profecías, con la sagrada comunión y escuchando la palabra de los Obispos y de los Papas, habían encontrado la fuerza necesaria para el martirio que los aguardaba. Es imposible contemplar con ojos serenos aquellos nichos que encerraron los cuerpos sanguinolentos o abrasados de tantos y tantos héroes de la fe, las tumbas de hasta catorce papas que dieron su vida para confirmar lo que enseñaban y la cripta de Santa Cecilia. Don Bosco observaba los muchísimos frescos antiguos que simbolizan a Nuestro Señor Jesucristo y la Eucaristía; las queridas imágenes que representan los desposorios de María Santísima con San José, la Asunción de María al cielo y otras de la Madre de Dios con el Niño en brazos o sobre las rodillas. Le encantaba el sentimiento de modestia que brilla en estas imágenes, en las que ((**It5.920**)) el arte cristiano primitivo supo reproducir la incomparable belleza del alma y el altísimo ideal de la perfección moral que se debe atribuir a la Virgen Santísima. No faltaban otras figuras de santos y de mártires. Salió don Bosco de las Catacumbas, donde había entrado a las ocho de la mañana, a las seis de la tarde. Tan sólo había tomado una ligera refección con los religiosos que las custodian. (**Es5.653**))
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