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cosa poco agradable, pues allí mandaban los
sacerdotes. Por eso dijo:
-Mire, Eminencia, es imposible educar bien a
los jóvenes si éstos no tienen confianza con sus
superiores.
->>Pero cómo, replicó el Cardenal, puede
ganarse esa confianza?
-Procurando que ellos se acerquen a nosotros,
quitando todo lo que los aleje de nosotros.
->>Y cómo hacer para acercarlos a nosotros?
-Acercándonos nosotros a ellos, procurando
adaptarnos a sus gustos, haciéndonos semejantes a
ellos. >>Quiere que hagamos una prueba? Dígame:
>>en qué punto de Roma se podría encontrar un buen
grupo de muchachos?
-Pues bien, vamos a la plaza del Pópolo.
El Cardenal dio orden al cochero y allá fueron.
Bajó don Bosco de la carroza y el Cardenal se
quedó observando. Vio don Bosco un grupo de
muchachos que ((**It5.918**))
jugaban, se acercó a ellos, pero los chicos
escaparon. Entonces él los llamó con muy buenos
modos y los muchachos, después de algún titubeo,
volvieron. Don Bosco les regaló unas chucherías,
les preguntó por sus familias, y les dijo que a
qué jugaban; les invitó a reanudar el juego, se
quedó mirándolos y luego se metió a jugar con
ellos. Entonces otros chicos, que observaban desde
lejos, acudieron de los cuatro ángulos de la plaza
en derredor del sacerdote que saludaba a todos
cariñosamente y tenía una buena palabra y un
regalito para cada uno: les preguntaba si eran
buenos, si rezaban las oraciones, si iban a
confesarse. Cuando quiso marcharse, le acompañaron
un buen rato y no le dejaron hasta que subió a la
carroza. El Cardenal estaba maravillado.
->>Ha visto?, le dijo don Bosco.
-Teníais razón; exclamó el Cardenal.
Pero esta razón parece que no le apartaba de
considerar que el sistema que se empleaba en el
Hospicio de San Miguel era necesario. Su Eminencia
era autoritario, y tenía por axioma que la
confianza hace perder el respeto. Pío IX, en
efecto, después de haber hablado con don Bosco, se
persuadió de que era necesario remediar alguno de
los más graves inconvenientes. Pero el cardenal
Tosti se opuso a toda reforma. Fue como un muro de
bronce y no hubo forma de cambiar nada, aun cuando
él dirigía con amor y celo aquella admirable
institución.
Mientras tanto don Bosco, del veintiocho de
marzo al trece de abril, no dejó pasar un solo día
sin ir a visitar más iglesias, famosas
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