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Don Bosco no falló a la invitación y en verdad
que pasó un día agradable. Las doctísimas personas
que le ((**It5.916**))
rodeaban parecían niños por la sencillez y
familiaridad de su trato.
Como se hallaba presente el Prepósito General
de los jesuitas y llegaron después algunos
dominicos, no tardó en caer la conversación sobre
la antigua controversia surgida entre las dos
órdenes. Don Bosco callaba. El Prepósito de los
Jesuitas, viendo que la apacible discusión podía
acabar en auténtica disputa, dijo:
-Bien, sometamos la cuestión a un árbitro. Aquí
está don Bosco. Que él decida.
Don Bosco se excusó, pero todos se volvieron
hacia él diciendo que querían su decisión.
Entonces don Bosco, después de un corto
preámbulo, terminó diciendo:
-Mi opinión es que lo mejor es que no haya
discusiones.
La respuesta no fue muy del agrado de los
contendientes, pero surtió el efecto deseado. Don
Bosco conocía perfectamente los históricos hechos
sobre los que giraba la controversia; pero, >>qué
mejor respuesta hubiera podido dar?
En esta ocasión don Bosco, ya en vísperas de su
vuelta a Turín, se despidió de los buenos Padres y
durante los días siguientes fue a despedirse y
agradecer las atenciones de muchos distinguidos
personajes que le habían colmado de atenciones.
Visitó también al señor Felipe Conori Foccardi,
cuya amistad conservó siempre, y, vuelto a Turín,
entregaba a sus conocidos cuando iban a Roma,
tarjetas impresas con la dirección de los
establecimientos Foccardi, en las que escribía de
su puño y letra: Saludos de su amigo Juan Bosco.
No se olvidó de los muchachos del Oratorio de
Santa María de la Encina ni de los de la Asunción,
dirigidos por el abate Biondi. El día de Pascua
había ido a ((**It5.917**))
prepararles para la Santa Comunión y el domingo in
albis, acompañado del marqués Patrizi, volvió a
Santa María de la Encina, celebró allí la santa
misa y predicó a los muchachos saludándoles por
última vez.
Fue a despedirse de diversos cardenales, sin
olvidar al eminentísimo Tosti, quien le había
invitado otra vez a hablar a los muchachos del
Hospicio de San Miguel. El Cardenal, complacido de
la cortesía de don Bosco, y como era la hora de su
paseo, le invitó a acompañarlo y subieron los dos
a la carroza. Empezaron a hablar sobre el mejor
sistema de educación para la juventud. Don Bosco
estaba cada vez más convencido de que los alumnos
de aquel hospicio no tenían familiaridad con sus
superiores, sino que más bien los temían:
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